Cuando comprar una casa es un ahorro y cuando es una inversión
Los españoles parecen apreciar más valor en los activos residenciales que en los financieros
El ahorro de las familias españolas se ha destinado de forma mayoritaria a financiar la compra de activos residenciales, tal como refleja el hecho de que cuatro quintas partes de la riqueza total de los hogares esté concentrada en casas, y que gráficamente se resume en que en el territorio nacional hay registrado un censo de 25,1 millones de viviendas para solo 18,4 millones de hogares. Y a esa concentración de riqueza en activos reales han contribuido de forma especial los dos últimos ciclos expansivos de la vivienda en España (desde 1990 hasta 2008), en la que las facilidades de financiación han llevado el censo de casas de los 17 millones a los citados 25,1. Como casi todas las sociedades mediterráneas y católicas, la española parece apreciar más valor en los activos residenciales que en los financieros, que únicamente ocupan una quinta parte de sus riqueza total (más de cinco veces el PIB).
De hecho, la última espiral alcista de los precios de las casas estuvo en muy buena parte espoleada por los bajos tipos de interés y la expectativa de ganancia relativamente rápida, porque los españoles, o una parte limitada pero influyente de ellos, habían identificado en la vivienda una herramienta especulativa, más como producto de inversión que como depósito de ahorro. Tal actitud financiera provocó la auténtica burbuja inmobiliaria, en cuya trampa cayeron los bancos, los promotores y los particulares, hipotecando para unos cuantos años, como hemos podido comprobar después, el futuro de la economía española con un endeudamiento paralizante.
Tal episodio no parece que pueda volver a repetirse. Los crecimientos de la actividad de construcción residencial son muy modestos, como modestas son las ventas de casas y la concesión de crédito para financiarlas, indicadores todos ellos de que se ha vuelto al modelo del que nunca se debió salir: la vivienda como mecanismo de ahorro, y limitando el espacio de la inversión al alquiler, ya sea gestionado de manera individual o a través de sociedades de inversión inmobiliaria (socimi), que ya han comenzado a echar raíz en los últimos años, algunas con notable éxito.