¿Y habrá impuesto a robots que no sustituyan a humanos?
Que la llegada de la inteligencia artificial y los robots –capaces de automatizar cada vez más tareas– van a protagonizar una revolución sin precedentes en la economía mundial no parece generar dudas. Otra cuestión es si estos autómatas (a veces con forma humanoide y otras no)deberán o no cotizar como si fueran trabajadores humanos. El debate, que no es nuevo, ha subido de temperatura este fin de semana tras las recientes declaraciones de Bill Gates en una entrevista con Quarz, en las que se declara a favor de un impuesto para los robots que sustituyan el trabajo humano. El fundador de Microsoft sostiene que estas máquinas dotadas de más o menos inteligencia deberían compensar fiscalmente los puestos de trabajo que sustituyen y propone que el dinero recaudado se emplee para apoyar a los colectivos más vulnerables y a la creación de puestos de trabajo de carácter social.
Gates no es el primero que pide algo así, ni seguramente será el último. El pasado diciembre, el secretario general de UGT, Pepe Álvarez, ya propuso en el Congreso un impuesto a los robots (además de a las grandes fortunas) para financiar las pensiones. También Beroit Haman, candidato a liderar el partido socialista francés, defendió el pasado enero el pago de impuestos de los robots. Su argumento era claro: “Si una máquina remplaza a un hombre y crea riqueza, no hay motivo alguno para que esa riqueza no sea gravada con impuestos”. Pero no todo el mundo piensa igual. Por ejemplo, Felipe González, se opuso a que los robots cotizaran como las personas en el desayuno organizado la semana pasada por CincoDías sobre el futuro de las pensiones.
La cuestión, sin duda, no es nada sencilla, tal y como advierten algunos expertos. El profesor de tecnologías de la información del IE Business School, Enrique Dans, aseguraba precisamente este fin de semana en su blog que la idea de un impuesto específico al trabajo robótico pagado por las compañías que los utilicen reviste en su análisis una complejidad muy superior a lo que aparenta. Y explica por qué: “En primer lugar porque carece de precedentes históricos: Tanto en la revolución industrial, en la que el desarrollo de todo tipo de máquinas y procesos de automatización de la producción dejaron sin trabajo a grandes cantidades de obreros, como a lo largo de las décadas transcurridas desde entonces, en las que esa transición no solo ha continuado, sino que ha experimentado una fuerte aceleración, la adopción de tecnologías productivas nunca ha sido objeto de una tasación específica, más allá del hecho lógico de que una mayor productividad y mayores beneficios puedan incidir en un pago de impuestos más elevado”. Algo que podría volver a plantearse ahora, de tal modo que las empresas robotizadas pasen a un tramo impositivo más elevado si obtienen un beneficio mayor derivado del uso de los robots.
Las dudas que surgen sobre la cuestión son múltiples. La resolución el pasado jueves del Parlamento Europeo sobre esta cuestión reclama ciertamente el desarrollo de un marco legislativo para el despliegue de robots, pero rechazó la propuesta de un impuesto específico para ellos.
La petición de Gates y otras voces pidiendo el pago de impuesto a los robots parece apoyarse solo en la pérdida de empleos que pueden acarrear el uso de estos autómatas. Por ejemplo, la OCDEcalcula que el 9% de las profesiones desaparecerán en los próximos años a consecuencia de la robotización;solo en España, y según este mismo organismo, los robots permitirán sustituir un 12% de los empleados españoles en los próximos años. Pero lo cierto es que la sustitución de empleos por máquinas llevan muchos años ocurriendo y no se había pedido un impuesto para ellas hasta ahora, quizás porque las máquinas no se asociaban tanto a los robots inteligentes con cualidades humanas.
Pero, como insiste Dans, hay muchos elementos a analizar. Pues como advierte este experto, la idea de que un robot que ensambla componentes en una cadena de montaje sustituye a un trabajador que hacía lo mismo puede parecer muy sencilla, “pero ¿qué ocurre cuando ese ratio va cambiando, o cuando se demuestra que esa sustitución, además, genera una productividad superior, una calidad mayor o menos defectos? ¿Deberíamos incrementar el impuesto progresivamente en función de lo bueno que es el robot?”. Dans coincide además con otros expertos que apuntan algo que también deberá llevar a los gobiernos, a las empresas y a las personas a la reflexión, y es que la implementación de un impuesto a los robots parece injusta. “¿Debemos castigar con mayores impuestos a quienes invierten para llevar a cabo un trabajo mejor, más productivo o de más calidad?”, se pregunta el profesor del IE Business School.
Programas de transición
Si como dice Gates el impuesto es a los robots que sustituyan a un humano y pagará los impuestos en función del sueldo que tenía este, otra pregunta que surge es qué pasará con los robots que no sustituyan a nadie;aquellos que se apliquen a actividades totalmente nuevas.
Gates defiende en su entrevista que “los impuestos [a los robots] son sin duda una mejor manera de manejar el desarrollo tecnológico que la prohibición de algunos elementos del mismo”. Y urge a las autoridades a diseñar “programas de transición” que la gente no sienta “más miedo que entusiasmo con respecto a la innovación”. Desde luego parece que el debate hay que abordarlo. Teniendo en cuenta que como ha ocurrido a lo largo de la historia, el avance tecnológico provocará la pérdida de muchos empleos, sí, pero también dará lugar a otras nuevas profesiones y nuevas oportunidades. Y lo que deberán hacer los gobiernos es preparar los sistemas educativos para que sus ciudadanos estén listos para afrontar estos retos de futuro (enseñar robótica en los colegios, por ejemplo). Lo que parece absurdo es tratar de frenar el uso de los robots imponiéndoles un impuesto. Una medida que podría llevar a muchas empresas a plantearse no utilizarlos.
Además, no hay que pasar por alto otro punto sobre el que llama la atención Dans: cada país tiene libertad para fijar sus impuestos en función de sus estrategias, y un impuesto sobre los robots podría ser un desincentivo a la radicación de compañías exitosas en un país.