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Tribuna
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El semáforo económico pasa de verde a naranja

Se teme un crecimiento del 2,3%, insuficiente para crear empleo o acabar con la sensación de crisis

Joe Baker

La economía española ha cerrado un año positivo, macroeconómicamente hablando. Hay más de 500.000 nuevos cotizantes en la Seguridad Social, el desempleo se ha reducido en 400.000 personas –bajando de los cuatro millones de parados por primera vez en algo más de un lustro–, el crecimiento económico ha superado el 3% y hemos vuelto a batir todos los récords en las cifras de turismo, superando los 74 millones de visitas recibidas.

Sin embargo, a pesar de tan buenas noticias, la sensación a pie de calle, la microeconómica, no es la misma. Las familias siguen sintiendo que la crisis se sienta a su mesa a diario, que los sueldos son precarios, los trabajos inestables y que la única manera de llegar a fin de mes, cuando se llega, es viviendo en modo low cost y sin posibilidades de ahorro.

La devaluación de los salarios, la proliferación de los contratos temporales y la controvertida reforma laboral han logrado una salida de la crisis desde el punto de vista teórico, pero impalpable en la práctica. Y en estas llega un 2017 de panorama más sombrío, que inquieta a los analistas y por extensión a los ciudadanos. Cuatro son las señales que acaparan la inquietud.

Por una lado, la paulatina subida del precio del petróleo, que venimos notando desde verano cada vez que paramos en la gasolinera o rellenamos el depósito de la calefacción. El crudo ha acumulado una subida del 8% en los últimos seis meses, y los recientes acuerdos de los miembros del cártel de la OPEP harán que siga subiendo, ya por encima de los 50 dólares.

"Falta llevar a real el ‘brexit’ y ver si se suman nuevos candidatos"

El petróleo está en el 80% de los bienes que consumimos a diario, así que una subida en su precio se traduce inmediatamente, para un país como el nuestro, que importa todo el crudo que consume, en un encarecimiento generalizado. Hemos vivido un año de petróleo barato, pero ya se ha acabado la época de rebajas.

Por otro lado, el atemorizante efecto Trump, que antes de su toma de posesión ya ha provocado relocalizaciones de plantas automovilísticas, y que parece nos va a dar un año poco motivador para hacer negocios con Estados Unidos. Su relación con otro gigante, China, provoca temor, y el temor es enemigo del crecimiento económico.

En tercer lugar, el masoquismo europeo denominado brexit, que seguirá reduciendo nuestras posibilidades de crecimiento conjunto Unión Europea-Reino Unido. Perjudica tanto a la libra como al euro frente al dólar, y muestra nuevas debilidades, antes solo teóricas, sobre el proyecto que más ha hecho crecer a Europa en los últimos 50 años. Falta llevarlo a real y ver si se suman nuevos candidatos a salir de la Unión Europea. Por ahora hemos sentido el efecto del terremoto, pero no sabemos si habrá tsunami.

Y por último, nuestras propias cifras económicas. Una deuda pública desbocada, que sobrepasa el 100% del PIB, un desempleo del 18%, a pesar del buen dato del pasado año, la demostrada incapacidad del Gobierno y de las comunidades autónomas para controlar el déficit público, y un crecimiento basado en sectores tan volátiles como el turismo, siempre expuesto a noticias sobre terrorismo, y en la renacida construcción, que demuestra lo poco que hemos aprendido de la pasada crisis. Todo ello forma el cóctel perfecto para cuestionar el crecimiento de nuestra economía en 2016 y temer un crecimiento de un escaso 2,3% para 2017, insuficiente para crear nuevo empleo, ni para terminar con la sensación de crisis en los hogares de los españoles.

En fin, que a pesar del esfuerzo que todos hemos hecho para llevar el semáforo económico a la luz verde, el año nuevo se empeña en volver al naranja. Ojalá no pase de ahí.

Fernando Tomé es decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nebrija.

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