El objetivo de mantener el pulso exterior
La competitividad agregada de los productos y los bienes españoles avanza
La economía española cerrará en diez días el año con un crecimiento interanual del 3,2% y un avance del empleo de al menos una tasa similar, repitiendo prácticamente el mismo desempeño del año 2015, pero en unas condiciones aparentemente más adversas que entonces. Con los vientos de cola (precio del crudo, bajada de impuestos, depreciación del euro, etc.) en buena parte amortizados y con el efecto que sobre la economía tiene la incertidumbre de una crisis de gobernabilidad desconocida. El Banco de España argumenta que han sido la fortaleza y consistencia del consumo privado y un aceptable comportamiento de la inversión los motores de un crecimiento tan vigoroso (más del doble que la Unión Europea) por tercer año consecutivo. Pero una buena parte de la explicación está en la sostenida aportación del sector exterior, que sigue marcando récords de ventas pese a la atonía de la actividad comercial en el mundo durante este año. La parálisis de China y una demanda que no acaba de carburar a velocidad de crucero en las grandes economías europeas, han llevado la actividad comercial en el mundo a los niveles del año 2010; pero España ha logrado marcar crecimientos de sus ventas, aunque sean modestos, y de reducir los déficits comerciales un año más. Mérito adicional tiene haberlo hecho volcando sus operaciones en los grandes países europeos, donde vende 66 de cada 100 euros cada año, y hacerlo pese a que no dispone de la ventaja diferencial de la divisa, puesto que la comparte con los destinos de sus alimentos, sus bienes de equipo o sus coches, los tres bienes que copan la parte del león de la factura de ingresos de España en el exterior.
Estas circunstancias revelan que la competitividad agregada de los productos y los bienes españoles sigue avanzando, ya sea por la vía de unos costes más competitivos o por la ganancia de calidad relativa de lo que ofrece a los mercados. En definitiva, por las dos vías que le han permitido a la economía viajar del descomunal déficit por cuenta corriente del 10% que tenía cuando estalló la crisis en 2008 (uno de los más elevados del mundo) a cómodos y reiterados superávits por cuenta corriente, y que le permite reducir la dependencia de la financiación exterior para mantener los niveles de actividad, de riqueza y de empleo.
Mantener esas dos herramientas es clave para estabilizar el crecimiento de la economía y reducir los déficits que en muchas materias nos alejan aún de las economías más dinámicas de Europa y del mundo. Mantener el control de los costes, de todos los costes, e intensificar la inversión tecnológica y formativa son claves para elevar la productividad en las actividades manufactureras y los servicios de alta calidad, los menos expuestos a las crisis económicas globales, las que pueden evitar pérdidas alarmantes de empleo cuando las fuentes del crecimiento locales se aplanen.