Globalización y libre comercio: ‘¿game over?’
Una de las cuestiones donde incidió la campaña de Trump fue en recuperar los puestos de trabajo que habían mudado del país a otras latitudes
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha resultado ser una gran sorpresa para la mayoría y una conmoción para bastantes, tanto dentro como fuera de las fronteras de su país. Muchos buscan las causas que han llevado a los estadounidenses a votarle, aunque no se puede obviar que el voto popular lo ganó la candidata demócrata Hillary Clinton... Triste premio de consolación que no satisface nunca.
Si bien la campaña ha resultado intensa en general, embarrada y sucia en diversos momentos, los ciudadanos norteamericanos han podido seguir por numerosas vías las promesas electorales de Trump: políticas de emigración, fomento de infraestructuras, rechazo al sistema de seguro de salud impulsado por la Administración Obama (conocido como Obamacare), giro a la política internacional anteponiendo los intereses de EE UU al resto de países, etc.
Una de las cuestiones donde más incidió la campaña de Trump fue en recuperar puestos de trabajo que habían mudado del país a otras latitudes: Latinoamérica, Asia y China de modo especial. En opinión del nuevo presidente electo, había dos culpables. Por un lado, los anteriores Gobiernos norteamericanos, que habían facilitado tratados de libre comercio (por ejemplo, el Nafta), que permitían la entrada sin aranceles de productos mucho más competitivos (al ser más baratos) y que provocaban un efecto termita en las fábricas, convirtiendo muchas plantas en parajes abandonados, llenos de chatarra. Por otra parte, la actitud comercialmente agresiva de algunos países como China, Japón o Corea, que abusaban de su condición de proveedores comerciales sin facilitar la apertura de sus fronteras a los productos de Estados Unidos, lo cual creaba una balanza claramente desequilibrada. Y por último, según Trump, la devaluación manipulada de la moneda china por parte del Gobierno, que facilitaba las exportaciones del país asiático hacia Estados Unidos perjudicando las ventas en sentido inverso.
En el primer caso hay que destacar un efecto inmediato de la globalización: las corporaciones industriales de todo tipo, especialmente en la industria del automóvil, buscaron nuevas localizaciones donde fabricar a un coste menor. Este proceso se ha visualizado de una manera especialmente cruda en el antiguo Manufacturing Belt (cinturón industrial del Midwest), denominado ahora como Rust Belt (cinturón del óxido), y que compone esa franja de Estados Unidos que recorre el país desde Nueva York hasta los Grandes Lagos.
"Bernie Sanders y sus seguidores siempre han considerado los tratados de libre comercio como una hemorragia de puestos de trabajos y una manera de generar pobreza en EE UU"
Los Rust Belt suelen ser de voto demócrata o bien swing states (estados péndulo), que cambian el signo político en las elecciones en contraposición a estados tradicionalmente demócratas (como California o Nueva York) o republicanos (Texas).
No es necesario explicar que prácticamente todos los estados del Rust Belt (Ohio, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Indiana) han votado a Trump. La estrategia electoral era bien sencilla para el magnate inmobiliario: mantener los estados republicanos de toda la vida (los que votaron a Romney en 2012) y añadir la zona del Rust Belt junto a Florida, lo que le aseguraba la Casa Blanca. La promesa de recuperar los puestos de trabajo con una política proteccionista antiglobalizadora ha dado sus frutos y han llevado a Trump a la presidencia. No ha sido la única causa, pero sin duda una de las que mayor efecto electoral ha tenido.
Ahora que ya ha conseguido su objetivo, la pregunta que se hace todo el mundo es: ¿cómo va a hacer Trump para mantener y generar puestos de trabajo en Estados Unidos?
Él ha facilitado algunas pistas en su campaña sobre las medidas que quiere llevar a cabo, pero aún está por ver si tendrán éxito o si realmente se pueden implementar. En primer lugar, el nuevo Gobierno intentará renegociar el acuerdo de libre comercio de Nafta (que incluye EE UU, México y Canadá) y que permite la libre circulación de mercancías sin trabas arancelarias. Según el programa de la campaña electoral, si no se alcanza un acuerdo beneficioso que proteja los productos de EE UU, su país abandonará dicho acuerdo y establecerá convenios bilaterales con cada país de forma individual.
Las otras coordenadas de la política comercial de Trump son: el rechazo del Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), que no será ratificado en los próximos meses; acotar las “importaciones injustas”, y terminar con las prácticas comerciales “injustas”. Curiosamente, muchas de estas medidas también fueron defendidas por el senador demócrata Bernie Sanders y sus seguidores, que siempre han considerado los tratados de libre comercio como una hemorragia de puestos de trabajos (que acaban ubicados en el extranjero) y una manera de generar pobreza en su propio país.
Los próximos años serán un punto de inflexión en la senda del libre comercio y las tesis del proteccionismo pueden provocar fuertes tensiones entre los países, con efectos y magnitudes desconocidos. Habrá que esperar para conocer si el objetivo de Donald Trump –incrementar puestos de trabajo– se consigue y, en caso positivo, si se logra sin provocar efectos colaterales.
César Chiva es profesor en la Universidad Complutense y director de Executive Forum.