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Opinión

El antes y el después del nuevo presidente de EE UU

Santiago Carbó Valverde

Tras el referéndum que dio pie al brexit y la victoria electoral de Trump de esta semana, uno podría pensar que las paredes del otrora referente mundo anglosajón se resquebrajan. Pero la fortaleza de esos sistemas reside en sus instituciones y eso es lo que hace el primer caso más preocupante que el segundo, porque el brexit debilita parte del edificio institucional británico. En todo caso, ambos fenómenos estarán supervisados por sus Cámaras de representación parlamentaria. Cosa distinta es que se pueda enmendar la división social.

Precisamente, el nuevo presidente llega a la Casa Blanca como un lodo más de la polvareda de la crisis. Recoge el resultado de una polarización educativa, social, racial y económica. El empleo de hoy en Estados Unidos es como el de antes de la crisis pero no lo son los salarios ni las condiciones de vida. Donald Trump no es la respuesta a esos males, pero para muchos es el recuerdo de una América de hace varias décadas que, desde luego, no va a volver. Antes de Trump, EE UU había dejado de ser el imperio sin discusión y después de él se confirmará esta circunstancia.

El equipo de Gobierno que se forme y su capacidad de racionalizar los mensajes y acciones del líder serán clave"

Mucho se había hablado del crack que la posible victoria del magnate neoyorquino iba a causar en los mercados, pero la maquinaria ya se había puesto en marcha y los mismos asesores que sabían que el fuego de la boca del candidato atraería votos, sabían también que la moderación en la victoria y el silencio en los días posteriores bastarían para evitar la desbandada bursátil. Un tanto para el nuevo presidente.

Pero, ¿tanto ha cambiado el nuevo inquilino de la Casa Blanca? Decenas de escandalosos e, incluso, moralmente inaceptables discursos como candidato contrastaron con el conciliador y pacífico mensaje tras su victoria. Pero el escrutinio va a ser constante. El equipo de Gobierno que se forme en EE UU y su capacidad de racionalizar (en apariencia porque en profundidad no es posible) los mensajes y acciones de su líder serán la clave de los próximos meses. Pero, de partida, hay motivos para la preocupación. La situación geopolítica actual es delicada y, sin duda, la más volátil y abierta a sorpresas de las últimas décadas, con mercados energéticos en plena transformación como aderezo del pastel. No parece que EE UU vaya a aportar ganancias diplomáticas en comparación con la administración Obama. Los avances en Cuba o Irán, por ejemplo, de nuevo en duda de reversión.

Por otro lado, el proteccionismo de Trump y la posible beligerancia cambiaria que podría desatarse son malas noticias para un de por sí debilitado comercio mundial.

Habría que valorar especialmente si la Reserva Federal reaccionará ante el nuevo ejecutivo y cómo este va a conducir su comunicación con la autoridad monetaria. La independencia del banco central es un activo esencial de cualquier economía moderna y EE UU, su paradigma. Además, el nuevo presidente es un republicano algo excéntrico programáticamente que ha prometido ser quien realice las tan necesarias inversiones infraestructuras públicas. La retirada de estímulos de la Fed responde a una expectativa de alza en la inflación y de desempleo reducido que un estímulo fiscal podría acelerar. Pero esta promesa de inversiones es, como la mayor parte de la política económica estadounidense que viene, una incógnita. Como también lo es cómo se pueden pagar esa y otras promesas de gasto. Alguna ventaja va a tener respecto a Obama y es que los republicanos controlan ahora Congreso y Senado. Pero hay otra garantía institucional dentro de este paradójico nuevo Gobierno y es que los republicanos con frecuencia pueden ser tanta oposición a Trump como los demócratas.

También ha podido parecer curiosa la reacción de los mercados, no solo moderada sino, incluso, positiva. Hay que tener en cuenta que el entorno bursátil está históricamente enrarecido con valoraciones mucho más a corto plazo de lo habitual y, por lo tanto, con un menor poder predictivo sobre el futuro de lo que estamos acostumbrados. Los mercados son hoy vigilantes de los sustos de corto plazo y los oráculos son de batería de corta duración. Un discurso moderado tras una victoria electoral trae calma. Una metedura de pata en las próximas semanas puede traer tormentas.

Sucede, como con el brexit, que el fenómeno está ahí, pero no se sabe aún cómo se va a desarrollar. Lo que más nos debe preocupar es la polarización social. Desde luego, no parece que el mundo anglosajón nos vaya a aportar pistas de cómo reducirla.

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