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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los negocios, en alerta y mirando a la Casa Blanca

Nada menos que 16 empresas cotizadas españolas tienen fuertes intereses en EE UU

Thinkstock

Desde 1776, el primer martes después del primer lunes de cada mes de noviembre de cada año bisiesto los norteamericanos tienen una cita en las urnas para elegir a quien dirija los destinos del país. Una decisión siempre trascendente, pues prácticamente desde la revolución americana, pero desde luego ya desde el inicio del siglo XX, el papel de EE UU en el mundo ha sido determinante, y la sombra que sus decisiones proyecta sobre la actividad económica también lo es. Este año, la decisión que tomen el martes, 8 de noviembre, no lo será menos, sino más, dado que las circunstancias han situado en el liderazgo del Partido Republicano a un excéntrico personaje que está removiendo los cimientos mismos de la conciencia en Norteamérica, y promete decisiones que, de aplicarse, pueden cambiar radicalmente las relaciones económicas en EE UU y en el mundo entero. Las opciones que Donald Trump tiene de ganar las elecciones, alimentadas por el liderazgo plano y poco entusiasta de Hillary Clinton, han levantado una oleada de precauciones y temores en los agentes económicos, y la comunidad de los negocios ha puesto en cuarentena sus decisiones hasta que se abran las urnas y se clarifique el panorama.

Nada menos que 16 empresas cotizadas españolas tienen fuertes intereses en EE UU, algunas de ellas con un elevado porcentaje de sus ventas radicadas allí, como los dos grandes bancos, energéticas como Iberdrola, tecnológicas e industriales como Gamesa o farmacéuticas como Grifols. Y lo hacen precisamente en sectores muy sensibles a las decisiones políticas que salgan de la Casa Blanca, aunque siempre matizadas por la Cámara de Representantes y el Senado, dada la práctica imposibilidad de que un partido logre el control de ambas Cámaras y la presidencia. Los temores se fundamentan, tanto en las empresas españolas como en la comunidad internacional, en el relato económico y social propuesto por uno y otro candidato, que, de aplicarse al pie de la letra, podría modificar el funcionamiento de la primera economía del mundo y sus relaciones en el resto.

Clinton significa continuidad, dado que no habría un giro político en EE UU al conservar el Partido Demócrata la presidencia, y dado que dispone de cierto itinerario como responsable de cuestiones políticas en las últimas décadas que la hacen previsible; pero Trump representa rupturismo en las reglas de juego, pese a que su mochila como hombre público sea una carrera empresarial trufada de éxitos y fracasos. La candidata del Partido Demócrata apuesta por ampliar las energías renovables y extender la sanidad pública, como ya intentó en el pasado y ha intensificado Obama. Y mantiene también como una de sus prioridades la apertura del comercio mundial en línea con la globalización económica que ha impulsado la generación de riqueza en el mundo, lo que explotan como nadie las grandes multinacionales norteamericanas. Es el programa adecuado para los negocios, frente al revisionismo de Trump en materia energética, en materia de globalización y en la fiscal, aderezado con proclamas intervencionistas en todos los órdenes, que llegarían hasta un estricto control de fronteras y de movimientos migratorios. Esa manifestación populista que ha brotado en Norteamérica como lo ha hecho en Europa es la que está revisando el aperturismo que desde los últimos años del siglo XX ha llevado al planeta a cotas de bienestar desconocidas, aunque persisten también muchas zonas de sombra.

Solo las bajadas de impuestos que propone Trump generan atractivo en la comunidad de los negocios, así como aflojar la presión regulatoria y supervisora que sobre el sistema financiero se ejerce desde que estallara la crisis. EE UU necesita planteamientos moderados en sus políticas económicas y sociales, intensificar la globalización económica y evitar aranceles y guerras comerciales, con una regulación de la fiscalidad que evite la elusión que ahora practican las grandes empresas que se manejan en los negocios intangibles, y que tenga en cuenta que no están solos en el mundo. Muy al contrario, que casi todas sus decisiones afectan de forma muy directa a todos los demás. Solo en ese escenario la inversión, que lleva muchos meses pendiente de acontecimientos políticos hasta cierto punto extravagantes en el mundo, volverá a fluir en la búsqueda de oportunidades.

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