ETA, el silencio de los encapuchados
Pasan los años pero la banda no se disuelve ni tampoco entregan las armas. Por muchas o pocas que la Policía crea que tengan
Cinco años han transcurrido desde la icónica imagen de los encapuchados que anunciaron el cese definitivo de la violencia. La muerte, el asesinato, el chantaje, la extorsión, el miedo, la socialización de un sufrimiento total, implacable, despiadado sobre quiénes consideraron enemigos de su Icaria imposible y a quiénes sentenciaron a muerte, al dolor, al desgarro. Ha pasado mucho tiempo. Cinco años para que los relatos aún no se hayan escrito con objetividad. ETA fue derrotada, golpeada por la acción del Estado, legal. Esta vez sí, legal, absolutamente legal. Los esfuerzos policiales y la fortaleza del Estado de derecho y la voluntad de jueces y fiscales, sin miedo, con decisión y firmeza, terminaron por silenciar las pistolas. ETA se diluyó, y Batasuna se distanció simplemente para sobrevivir y cobijar a los viejos tribunos de la violencia y el silencio cómplice y dar una salida política definitiva a 55 años de muerte.
"La salida de los presos es la excusa perfecta para mantener un status de impasse que parece que a todos conviene"
En la amnesia colectiva que viven, vivimos y sufrimos conscientemente los españoles, la banda terrorista se ha diluido incluso del recuerdo. Así lo parece. 20 de octubre de 2011. Un anuncio que supuso un final que en ese momento se tomó con prudencia y cierta desconfianza y que hoy es, y parece serlo, definitivo. Pese al odio de cachorros destetados contaminados por la irracionalidad, la asepsia moral y la humanidad, como acabamos de ver en Alsasua en una agresión brutal a dos guardias civiles de paisano.
Hoy, borrado deliberadamente el recuerdo en muchos, parece como si nunca hubiéramos vivido aquella pesadilla. Hoy, el recuerdo se evapora por momentos definitivamente finales. Pues entre percepciones y presunciones, parece como si la banda asesina nunca hubiera existido. Y con ella el macabro y terrorífico historial de sangre y muerte que sembró durante décadas ante el silencio de muchos, la pasividad de otros y una lucha desde el Estado de derecho que ha terminado por doblegarla. Aunque la historia no siempre la escriben los vencedores, en eso somos generosos, les permitimos a ellos y a sus otrora cachorros políticos que construyan ese relato, el propio, el victimario etarra, pero con los renglones que los asesinos y sus cómplices dictaron implacable y marcialmente. Hemos de recordar para tanto amnésico voluntario que estos asesinatos, aún 314, siguen sin que se hayan esclarecido sus autorías reales y concretas. Probablemente nunca lo sepamos o nunca antes de la prescripción total y perseguibilidad de estos crímenes.
ETA de cuando en cuando a través de algún vocero mediático se hace presente. No tiene la repercusión de antaño. El paso del tiempo también es inexorable con ellos. La higiene mental de una sociedad que ya perdió el miedo una vez que los terroristas cesaron en sus crímenes, no antes, hace y se ancla en meros ejercicios de superviviencia y aparente normalidad. Así somos, de carne y hueso, memoria frágil y demasiado elástica para lo que nos conviene. Tras el paripé de un desarme con una comisión verificadora de risa, tanto lo uno como lo otro, lo cierto es que la banda asesina nunca ha entregado las armas. Tampoco se ha disuelto. Ni lo pretende por el momento. Lo último que hemos sabido de ellos en ese afán mediático extremo que siempre han tenido es una misiva dirigida al Gobierno francés para entablar no se sabe muy bien qué negociaciones, y el descubrimiento, chivatazo o lo que fuere, de un zulo cerca de París, que pronto algunos medios tildaron de arsenal, lo cual dista mucho de serlo. A ETA si hay alguna cosa que aún le importa, y lo dudamos, son sus presos. Poco más. Y la dispersión y encarcelamiento de los mismos. Del resto, nada de nada, ni tampoco su supervivencia política, menos el relato objetivo de una historia de muerte y terror sembrada indiscriminada y brutalmente por sicarios de sangre, desalmados y asesinos.
La salida de los presos es la excusa perfecta para mantener un status de impasse que parece que a todos conviene. Pasan los años, pero la banda no se disuelve ni tampoco entrega sus armas. Por muchas o pocas que haya. Por muchas o pocas que la Policía crea que aquellos tengan. Ya ni siquiera es moneda de cambio para nada. Absolutamente nada. El favor que deberían hacerse es pedir perdón, y esclarecer todos y cada uno de los asesinatos que sesgaron la vida de muchos inocentes y rompieron familias enteras. Nunca hubo un empate definitivo, hubo una victoria sobre los violentos. Hubo una victoria moral aún mayor, la dignidad de las víctimas, esas que hemos ido olvidando también.
Abel Veiga es profesor de Derecho Mercantil en Icade.