Trump vs Clinton: lugares comunes frente a programa
El primero asusta al menos cuerdo; la segunda quiere reformar sanidad e inmigración.
Durante meses, en Norteamérica, muchos parecen haber olvidado los programas y casi toda la atención está fijada en el carácter de los candidatos Trump y Clinton. Ambos despiertan interés y morbo. A Mitt Romney, candidato presidencial republicano en 2012, le conocían en su casa y, más allá, en Utah, donde viven los que, como él, son mormones. Pero Clinton y Trump son dos marcas universalmente conocidas. Y del enfrentamiento político se ha pasado a la política de tierra quemada entre ambos, que hace olvidar los problemas de los 323 millones de norteamericanos y los retos de EE UU como país.
Los candidatos han despertado el interés de los ciudadanos por las elecciones. Un estudio de Pew Research dice que el 65% están muy interesados en la campaña: un bombero pirómano que, en las primarias resultaba divertido a los medios por sus insultos a sus colegas republicanos, ha pasado a convertirse en una amenaza nacional. La primera mujer con posibilidades de convertirse en presidenta de la primera nación de la tierra, obviamente, es noticia.
Clinton tiene programas para todo. Desciende a detalle y tiene una hoja de ruta para cada problema
Los candidatos y sus circunstancias han hecho que esta campaña sea más atractiva que, incluso, la de 2008, que hizo presidente al primer afroamericano en 240 años de historia. Las circunstancias de Clinton, bien las conocen todos, bien se encarga Julian Assange (Wikileaks), de recordárnoslas: el uso del servidor privado por parte de Clinton cuando fue secretaria de Estado, la desaparición de 30.000 mails que podrían poner en peligro la Seguridad Nacional del país, la actuación de Hillary en el ataque a la embajada americana en Bengasi, el bagaje que supone su marido, Bill, quien es vulnerable a los ataques del contrario, debido a sus veleidades sexuales en el pasado. En este caso, es Trump y no Assange, quien nos lo recuerda a diario. Aunque Trump tiene mucho, en este terreno, por lo que pedir perdón.
Trump asusta al menos cuerdo. Al más cuerdo le dan ganas de salir corriendo. Primero, su forma de ver el país, catastrofista, ignorante de los datos: siete años de recuperación económica, crecimiento del 2,2% (PIB), creación de 15 millones de empleos, inflación controlada y tasa de paro en el 4,7-4,9%, es decir, casi pleno empleo. El mismo presidente Obama dice que la tarea no está acabada: la disparidad de ingresos entre ricos (1%) y clase media (98%) se disparó con la Gran Recesión: Obama quiere aumentar salarios y promover ayudas para las familias, como su sucesora, legado y herencia, Hillary Clinton. Pero la necesidad de mejorar, no implica negar lo positivo conseguido hasta el momento.
Como todos los demagogos, el candidato republicano hace promesas tan impactantes como vacías
Hillary tiene programas para todo. Basta estudiar su página web. Desciende a detalle y tiene una hoja de ruta para cada problema. Obamacare es una pequeña parroquia, comparada con el Vaticano que diseñó Hillary a principios de los años noventa. Así es ella: programa, programa, programa. Explica cómo acabará con ISIS y salvará Iraq y Siria; es partidaria de vigilar a Irán y controlar a Corea del Norte y mantener a raya a la Rusia de Putin. Intensificará la inteligencia y sistemas de vigilancia para detectar “lobos solitarios” de ISIS en suelo patrio. Quiere subir el salario mínimo, controlar los bancos y subir los impuestos a los ricos (concesiones a Sanders y Warren). Pretende, en línea con Obama, seguir cerrando la brecha entre ricos y pobres y mejorar la educación y la sanidad, de las que Trump no habla. Quiere acabar con las tensiones sociales y raciales, con programas para mujeres, latinos y afroamericanos. Desea ayudar a las familias con hijos (el 50% de las familias americanas necesita ayuda: no pueden trabajar y cuidar a los niños al mismo tiempo). Es partidaria de renegociar acuerdos de libre comercio que sean lesivos para los intereses de América y los puestos de trabajo americanos, como el TTP con Asia Pacífico. Tiene un plan muy concreto para reconstruir las tercermundistas infraestructuras del país: agua, puentes, energía, autopistas, trenes, aeropuertos, etc. Quiere, de una vez por todas, hacer la reforma de la inmigración que los republicanos han bloqueado a Obama. La lista es larga y aquí paro.
¿Qué hace Trump? Pues, como todos los demagogos, promesas tan impactantes como vacías. En inglés tienen un nombre: “platitudes”. Solo dice lugares comunes: bajar impuestos a los ricos, acabar con la globalización y los tratados de libre comercio, devolver la manufactura a América, fortalecer el ejército, acabar de un plumazo con ISIS, deportar a once millones de hispanos, construir un “bello muro” con México y, por supuesto, usar sus poderes ejecutivos, si logra ser presidente, para desmontar todo lo hecho por Obama, desde la reforma financiera a la sanitaria -gracias a la cual, hoy, 28,5 millones de personas tienen cobertura médica-. A fuerza de repetir estos mantras en sus mítines, “enciende” a sus seguidores, a ese 40% del electorado que le es fiel (blanco y sin estudios) y desprecia al “establishment” del partido republicano.