Vigilancia y cautela frente a China
La decisión de la Comisión Europea de eliminar su lista de países no considerados como economías de mercado constituye bastante más que un gesto político. La medida supone cambiar el estatus comercial de China, la potencia más poderosa de esa lista, y pasar a considerarla como a cualquier otra economía. Como salvaguarda frente a los efectos que puede tener la decisión, Bruselas aseguró ayer que endurecerá y acelerará los aranceles antidumping cada vez que detecte una avalancha de exportaciones chinas que amenacen la competencia. Se trata de una suerte de parche con el que la Comisión Europea quiere, por un lado, contentar a Pekín, que se queja de discriminación frente a otras economías y, por otro, tranquilizar a una alarmada industria europea que acusa a China de inundar el mercado con productos a un precio inferior al coste de producción, sostenidos por un poderoso entramado de subsidios públicos.
A priori, no hay razón que justifique la queja de Pekín sobre su supuesta discriminación al no ser considerada una economía de mercado. China no es una economía de mercado, sino un régimen políticamente totalitario que ha desarrollado un modelo económico semicapitalista controlado y alimentado por el Estado. La amenaza comercial que Pekín supone para Europa, pero también para Estados Unidos –que se ha negado a dar el paso que propone dar Bruselas– está anclada en esa realidad. Así como en el hecho de que la industria europea, pese a los subsidios que benefician a determinados sectores, no tiene capacidad para vender masivamente a bajo coste y romper los mercados.
La decisión de Bruselas no es la expresión de una política aislada, sino una postura encuadrada en la Organización Mundial de Comercio. Pekín ingresó en la OMC hace quince años y lo hizo bajo unas condiciones que contemplaban que el país sería considerado una economía de mercado cuando sus socios lo reconociesen como tal o, en caso de que estos no adoptasen ninguna decisión, a finales de 2016. Pese a ello, Washington se ha resistido a reconocer ese extremo y mantiene una postura diametralmente opuesta a la de la CE: seguir sin considerar a China una economía de mercado y continuar utilizando toda la artillería de que dispone en materia de aranceles para luchar contra el dumping asiático, al igual que ocurre con el acero.
El camino anunciado por Bruselas supone un riesgo claro, tal y como señala con razón la industria europea. Se trata de un horizonte plagado de incógnitas en el que es necesario exigir –y exigir con absoluta firmeza– que la Comisión Europea, tal y como ha anunciado, endurezca de forma efectiva los aranceles antidumping y vigile con cautela las exportaciones de Pekín. Una supervisión que debe ir acompañada del compromiso de romper la baraja si se confirma que China no respeta las reglas del juego