Cómo dejar huella como empresario
Un libro de KPMG recoge 20 historias de emprendedores Los ejecutivos relatan todas las vicisitudes que han tenido que sortear
Mi padre era agricultor, un campesino que labraba la tierra con las mulas. Mi madre era de la huerta de Murcia. Nunca he pasado hambre, pese a que mi familia no disponía de bienes económicos. Al terminar el servicio militar, me planteé el desafío de ver cómo vivía fuera del paraguas de la familia, sin protección”. Son retazos de los comienzos de Tomás Fuertes (Alhama de Murcia, 1940), presidente del Grupo Fuertes, que gestiona 20 empresas, entre ellas El Pozo, que factura más de 1.400 millones de euros y da empleo a casi 6.000 personas. Viajó en autostop a Francia y a Italia, durmió en un banco, limpió bandejas de carne en una carnicería, después de 22 días regresó a casa con algo de dinero en el bolsillo y con una lección aprendida: “Me enfrenté a obstáculos, aprendí que la vida son dificultades, lucha, competitividad, adversidad”, reconoce.
Y admite que en la vida además hay que tener vocación e ilusión por las cosas bien hechas. “Es algo que puede ser genético o cuestión de voluntad. Hoy, con tanta competencia, hay que aflorar los valores”, señala el empresario. Porque una persona aprovecha en su vida el 15% de sus potencialidades, “queda un 85% que se lo comen los gusanos cuando mueres. Y es una lástima que las personas no podamos exportar a lo largo de la vida la totalidad de valores que puedas tener dentro”, añade Tomás Fuertes.
Su caso forma parte de una veintena de historias empresariales que conforman la obra Los que dejan huella II, elaborada por KPMG, en la que empresarios relatan el esfuerzo y sus particulares claves de gestión.
Otro de los casos que se relata es el de Carlos Manuel Rodríguez, presidente de Cafento, empresa cafetera de origen asturiano que factura 72 millones de euros frente a los 18 millones que logró en el año 1999. “Mantenemos nuestro espíritu fundacional, creemos que trabajar más que los demás siempre ofrece mayores garantías de éxito en el mercado”, señala el empresario, que apuesta por la internacionalización, con presencia en países como Francia y Eslovaquia y con exportaciones en 20 países. Porque como afirma John Scott, el todavía presidente de KPMG en España, que en octubre será relevado en el cargo por Hilario Albarracín, “los tiempos de incertidumbre suelen ser momentos propicios para que emerjan los líderes”.
En una época como la actual, marcada por transformaciones económicas propias de una nueva era y, por tanto, no exentas de titubeos y escepticismo, resultan más necesarias que nunca las personas capaces de fijarse objetivos marcados. “El liderazgo implica precisamente eso: ser capaz de guiar a otros hacia un camino o una dirección concreta, consiguiendo que el grupo se mantenga motivado, entusiasmado y comprometido”, señala Scott.
La publicación destaca aspectos coincidentes de estos responsables de empresas familiares, representantes de distintas industrias (turística, químico-farmacéutica, alimentación, o moda y complementos), que entre los 20 reunirían a 60.000 empleados y tendrían una facturación de 10.000 millones de euros, pero además tendrían en común la fuerza de voluntad, la perspicacia y la intuición para los negocios.
Son valores que han conservado en la familia bodeguera López de Heredia, la más antigua del Barrio de la Estación (Haro, Logroño), una estirpe que se ha mantenido fiel a la tradición del siglo XIX de elaborar vino. Con unas ventas de cinco millones de euros en los años de la crisis y con una previsión de crecer hasta los siete millones en 2018, el desafío es preservar el legado familiar y seguir haciendo las cosas como hace 139 años.
“Vivimos una filosofía de la paciencia en un momento en el que paciencia es un bien escaso, y esa es la razón por la que realmente hacemos las cosas de modo diferente”, señala María José López de Heredia, consejera delegada de Viña Tondonia.
El reto de una transición sana
Pikolin nació en 1948 en un modesto taller en el arrabal zaragozano. Hoy es una multinacional, que factura 350 millones de euros, con presencia en Europa, Asia y América Latina, que no ha renunciado a su carácter familiar ni a su compromiso local, a pesar de tener 10 plantas repartidas por todo el mundo. “La transición a la siguiente generación es uno de los objetivos fundamentales del que está al frente del negocio”, señala Alfonso Soláns, presidente de Pikolin, que heredó en 1996, al fallecer su padre, una compañía con serias dificultades. “Para que una empresa vaya bien, primero debe ir bien la empresa sin apellidos: ganar dinero, cubrir los objetivos, hacer realidad el plan estratégico, invertir, desarrollar el negocio...” Y además, señala Soláns, debe reinar una armonía familiar, como pilar de otro más importante: la innovación. “Es un objetivo estratégico de la empresa”.