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Secretos de despacho

Martí Fluxá: "Los diplomáticos no debemos tener filiación política"

Ricardo Martí Fluxá ha servido como diplomático y fue secretario de Estado de Seguridad

Pablo Monge
Manuel G. Pascual

Dicen los expertos en recursos humanos que no es conveniente trabajar más de cuatro o cinco años en un mismo puesto, en tanto que uno tiende a acomodarse. Ricardo Martí Fluxá (Madrid, 1950) parece haberse tomado esta enseñanza al pie de la letra durante toda su carrera. Entre 1976 y 1982, este abogado y miembro de la Escuela Diplomática desempeñó varios cargos en los Gobiernos de UCD. En 1982 se instaló en Nairobi, Kenia, como miembro de la embajada. Luego vendrían Londres y Houston. La década de los noventa, ya de vuelta en España, la estrenó como gerente de la Real Academia Española. A los dos años pasó a ser jefe de protocolo de la Casa Real. Y en 1996 recibió la llamada de su amigo Jaime Mayor Oreja, recién nombrado ministro de Interior, para que aceptase la Secretaría de Estado de Seguridad. “Fueron unos años duros, marcados por la tregua de ETA. Pero también fueron magníficos. Son de esos momentos en que notas que realmente estás haciendo algo que sirve”, recuerda. Su vida cambió para siempre: los escoltas pasaron a formar parte de su día a día, del que logró mantener al margen a su familia. “Cuando le dije a mi mujer que había aceptado el cargo me retiró la palabra durante 15 días”, explica.

Nunca ha militado en partido alguno. “Creo que los diplomáticos no debemos tener filiación política, igual que deberían hacer los jueces y otros funcionarios”, opina.

Cada pluma guarda un significado para Martí.
Cada pluma guarda un significado para Martí.

En 2000 aparcó su carrera como servidor del Estado, “así me consideré siempre”, para dedicarse a la actividad privada. En la actualidad, Martí es presidente de la Asociación de Consultoras Inmobiliarias y de la compañía de turbopropulsores ITP. También participa en varias fundaciones y patronatos. Y todavía le da tiempo para ir al gimnasio “al menos dos o tres mañanas a la semana”.

Por distintos que parezcan los dos negocios en los que trabaja ahora, él los ve íntimamente relacionados con su vida. Su padre era ingeniero aeronáutico y siempre quiso que su hijo se dedicara también a ello. Quién le iba a decir a él que, con lo que se resistió de joven, acabaría involucrándose hasta las cejas en ese negocio. En cuanto al inmobiliario, se trata de un sector que siempre le ha gustado. “A lo largo de mi vida he vivido en muchos sitios y he tenido que montar oficinas. Eso siempre me ha gustado”, confiesa.

Con su actual despacho se ha esmerado. Ubicado en el número 100 del Paseo de la Castellana, se ha convertido en su base de operaciones. Se trataría de uno más de tantos espacios amplios y bien acondicionados que abundan a sendos costados de esta arteria de Madrid, de no ser por la desconcertante tranquilidad que impera en la estancia. Porque su oficina, situada en un cuarto piso, de espaldas a la calle, da a un amplio patio en el que diversos árboles y el cantar de los pájaros desconciertan al visitante, trasladándole inmediatamente a la campiña y olvidando por un momento que se encuentra en el bullicioso corazón financiero de la capital.

Su manera de evadirse los fines de semana es, precisamente, andar por el campo. Su zona preferida son las proximidades de Toledo. Allí aclara su mente y carga pilas para volver el lunes a la oficina con energías redobladas.

Decenas de plumas, tantas como recuerdos

El despacho de Martí Fluxá es una especie de museo de lo que ha ido haciendo a lo largo de su vida. Fotos de su mujer y sus tres hijos conviven con las que se tomó con algunos de sus jefes, como el rey emérito Juan Carlos y el exministro del Interior Jaime Mayor Oreja.

Diversas láminas a carbón y acuarela, así como bustos de estilo clásico, destacan sobre un mar de libros de todos los tamaños y temáticas. Destacan sobre todo los de arte por sus grandes dimensiones. “Demasiado a menudo no saco tiempo para ver tantas exposiciones como me gustaría, y entonces me compro el libro”, se explica.

Además de la luz natural que inunda el despacho, cortesía de los grandes ventanales que dan al exterior, hay otro elemento omnipresente en todos los rincones de la oficina: plumas, decenas de ellas.

Reconoce ser un enfermo de estos instrumentos, que por otra parte usa a diario para tomar notas. Casi cada una de ellas tiene una historia especial que contar. “Quizá las que más valor tienen para mí son las que me regaló mi padre el día que ingresé en la escuela diplomática y el día que me licencié”, ilustra. También conserva en un lugar aparte la que empleó para firmar la toma de posesión de su cargo como secretario de Estado, una que le regaló un amigo que falleció y con la que firmó la constitución de la Asociación de Consultoras Inmobiliarias.

Pese a estar a punto de cumplir 66 años, ni se plantea la opción de jubilarse. “Soy de los que creen que es bueno mantenerse activo, con proyectos ilusionantes que le hagan a uno sentirse vivo”. Él seguirá activo, dice, hasta que las fuerzas aguanten. Todavía le quedan muchas plumas que añadir a su colección.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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