Una banca con nuevas reglas de juego
Con un demoledor “no tenemos nada” resumía ayer Francisco González ante una sorprendida audiencia la compleja coyuntura que vive el negocio bancario en una Europa con tipos negativos. El presidente de BBVA, que participó en la reunión de primavera del Institute of International Finance (IIF), se refería al drástico cambio de escenario que ha hecho posible que un producto financiero clásico, como el depósito, que antes rentaba hasta un 5%, ahora “suponga cero”. González advirtió, con dureza y claridad meridianas, que la política monetaria del BCE, pensada para flexibilizar el crédito e impulsar la recuperación, está “matando” el negocio bancario. El presidente de BBVA abogó por la misma receta –imprescindible, pero siempre postergada– que su homólogo en el BCE, Mario Draghi, lleva más de dos años señalando: la necesidad de que los Gobiernos europeos adopten reformas estructurales. Una tarea que parece haberse congelado en una UE que, según González, “no tiene agenda política”.
Sin duda ha habido tiempo suficiente –con una crisis descomunal que llegó a poner en cuestión la propia supervivencia del euro– para comprobar que la UE carece de una agenda política capaz de coordinar las reformas que Europa necesita. La estrategia monetaria del BCE ha ejercido hasta ahora en buena medida de instrumento sustitutivo de ese liderazgo político. Pero, como con todo sustituto, su vigencia debe tener un horizonte temporal tasado. El presidente de la institución, Mario Draghi, ha sido el primero en recordar que los programas expansivos son una muleta, no una solución. No en vano las inyecciones de liquidez y las rebajas de tipos de interés han impulsado la recuperación económica, pero han traído también efectos secundarios. Y la banca, que ha visto estrecharse de forma severa sus márgenes de negocio, ha sido especialmente sensible a esos efectos colaterales, especialmente tras haber pasado por las duras exigencias de recapitalización que se han impuesto al sector en Europa.
Las entidades financieras deben afrontar con pragmatismo un cambio de reglas de juego cuyo plazo de vigencia es todavía difícil de determinar. En ese nuevo escenario, la banca tiene que apostar por optimizar al máximo su gestión, por mejorar su flexibilidad y por reducir sus gastos. La única receta factible para lograr esos objetivos es apostar por la digitalización de los servicios, además de propiciar operaciones corporativas que den lugar a entidades más fuertes y solventes. Se trata de un reto complejo, en un mercado donde la competencia cada vez es mayor y en el que la banca tiene que seguir cultivando –así lo defendía ayer con contundencia la presidenta de Banco Santander, Ana Botín– un capital que seguirá siendo clave para el negocio: la confianza del cliente.