Viaje al pasado y presente del este alemán
El valle encantado del Harz es el punto de partida para conocer la historia de la reunificación de los pueblos fronterizos de la antigua RDA.
Cuenta la leyenda que el Harz, al norte de Alemania, es un bosque encantado. Cuando la neblina se posa en su pico más alto, el Brocken, a 1.141 metros sobre el nivel del mar, los fantasmas y las brujas deambulan por la montaña. Sombras de gran magnitud, halos luminosos, espectros difuminados, un fenómeno que alcanza su máximo esplendor en primavera durante la cita anual de Walpurgis o Noche de brujas, y que ha sido recogido en la literatura clásica por Johann Wolfgang von Goethe.
La realidad: es un exuberante monte de pinares con jardín botánico, cascadas y escarpados acantilados. Hogar de linces, zorros y búhos, que abarca los estados federados de Baja Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia, entre los ríos Weser y Elba, hoy parque nacional.
En la ruta podrá ver restos de muros y alambrados y hablar con testigos
Su cima, fuerte militar del servicio de inteligencia de la antigua República Democrática Alemana (RDA), la Stasi, y lugar de la primera antena de televisión (1935), fue bombardeada por las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial, destruyendo solo la estación meteorológica y el Hotel Brocken, popular en su día.
De ahí que sea el punto de partida para conocer la historia de la reunificación de Alemania, que acaba de cumplir sus 25 años, y el proceso de transición vivido en el este tras la caída del muro, no en Berlín, sino en sus pueblos fronterizos. A continuación recorremos algunos situados justo en la mitad del país y que en el pasado lindaban con el oeste.
Wernigerode
La colorida ciudad del Harz, como se la conoce, enmudece a sus visitantes. Antiguamente una localidad rural, lugar de cura y reposo después, hoy es un punto de encuentro de viajeros. Una villa de escobas voladoras, pociones mágicas y hechizos, donde conviven la arquitectura barroca y gótica con decorados en rojo, verde y amarillo, y fachadas en las que sobresalen esculturas de animales propios de la región, como el búho con gafas distintivo de las librerías o las figuras humanas que evocan con orgullo los duros oficios comunes (granjero, minero, carpintero, zapatero...).
Wernigerode está ubicada en Sajonia-Anhalt, al pie del parque nacional del Harz, a casi dos horas en autobús de Hannover; es reconocida gracias a Goethe, pero también a los novelistas y poetas alemanes Theodor Fontane y Herman Löns, que la convirtieron en fuente de inspiración.
Aproveche las primeras horas del día, porque el ocaso se asoma en otoño e invierno en torno a las 16.00 horas. Desayune unos huevos revueltos con beicon, un cruasán cargado de mantequilla, café, zumo y frutas con yogur, y diríjase al centro, a la plaza del mercado.
Allí se levanta el espectacular ayuntamiento gótico, una joya arquitectónica del medievo con entramados en piedra y madera. Primero fue casa de juego, después palacio de justicia, hasta convertirse en sede consistorial. Es famoso desde antaño por las celebraciones de bodas –que empezaban el sábado por la noche y terminaban el lunes por la tarde–; unas 800 anuales.
Detrás del ayuntamiento, en una pintoresca esquina próxima a la iglesia parroquial, está la casa inclinada. Antiguo molino de agua del siglo XVI, cuya presión de la acequia erosionó sus muros encorvando la edificación.
Continúe el recorrido, con o sin guía –no tiene pérdida–. Muy cerca, en la calle de Kochstraße, se encuentra la casa más pequeña, de mediados del siglo XVIII, de estilo barroco. Mide 4,20 metros de altura y 2,95 de ancho.Su puerta principal alcanza los 1,70 metros y su única habitación, ocho metros cuadrados.
O la del número 72 de la Breite Straße, única en Europa por su tallado en madera. Construida en 1674, muestra de forma exquisita la suntuosa riqueza del barroco. En la misma vía, pero en el número 95, puede apreciar una vieja herrería convertida en casa que se distingue por la cabeza de caballo y la herradura en su fachada.
Meriende un capuchino con una jugosa tarta de manzana y tome el tren amarillo que lo lleva al castillo Scholß, al lado de la plaza del mercado. Una majestuosa obra de origen medieval, en la parte más elevada, con las mejores vistas panorámicas siempre que la neblina deje un resquicio.
Aunque fue reconstruido tras la Guerra de los Treinta Años y transformado en un edificio neogótico en el siglo XIX, durante el reinado del conde Otto Stolberg-Wernigerode, aún conserva en su interior ambientes barrocos y renacentistas. Y pese a los bombardeos de 1945 e incendios sufridos a través de su historia, Wernigerode mantiene intacta su arquitectura.
Tras un pequeño descanso, reserve espacio para una contundente cena en el Brauhaus. Allí le espera una jarra doble de la cerveza autóctona, Hasseröder (un millón de litros al año), acompañada de un codillo de cerdo con patatas bañadas en cebolla confitada, crema y mantequilla derretida.
Déjese cautivar por la naturaleza. Coja el antiguo tren de vapor (1887) y suba al Brocken, la cumbre de la sierra, con una media anual de 2,9 grados de temperatura y una visibilidad de 100 kilómetros de distancia (si hay buen tiempo). El ferrocarril atraviesa en tres cuartos de hora el abrupto macizo, abierto al público todo el año. Las montañas del Harz han sido reforestadas en su conjunto debido a la huella minera de hace más de mil años.
Una vez en la cima, puede visitar el museo Brockenhaus, donde conocerá la flora y fauna (1.800 especies), las instalaciones de telecomunicaciones y su papel en las actividades de espionaje. Aunque el paraje presenta una oferta turística más acorde con su naturaleza: senderismo, ciclismo y esquí, muy popular en esta temporada en la que predominan paisajes nevados.
Más adelante, en primavera, se celebra la mítica ópera roquera Fausto, una reinterpretación alegórica de la reconocida obra de Goethe –sobre el amor, la magia y la muerte–, que fusiona el teatro clásico con la música de rock moderna.
Sorge
A media hora de Wernigerode se encuentra una aldea de apenas 86 habitantes que convivió durante 40 años con un muro. El pequeño museo sobre la antigua frontera interior, Grenzmuseum, que opera como una asociación, ofrece información y recorrido gratuito –acepta donaciones– por los restos de alambrados (electrificados en el pasado), búnkeres subterráneos y torres de seguridad soviéticas conservadas en la zona para “recordar la época de la división y evitar que se repita”.
El paseo emociona y conmueve a la vez, sobre todo al pie del muro y cuando se escucha el testimonio sobre la cotidianidad de entonces de Frau Winkel, responsable del museo, que vivió su construcción y declive.
“Solo podían cruzar padres, madres, hijos o empleados. El permiso se solicitaba cuatro semanas antes y se renovaba cada tres meses”, cuenta. Tras la reunificación, gran parte de sus vecinos abandonó la ciudad por miedo, desconfianza –muchos se espiaron entre ellos– y la sensación de desprotección –perdieron propiedades, empleos, etc.–.
Por eso, en toda la región surgieron numerosas protestas en reclamo de mejores condiciones socioeconómicas, que dieron paso a la firma de tratados de paz y a la creación de una política social, monetaria y de bienestar.
Helmstedt
A una hora en autobús de Wernigerode, en el distrito de Borde, se sitúan los municipios de Bad Helmstedt y Beendorf, uno enfrente del otro, pero divididos por una pared entre 1949 y 1990. A principios de noviembre pasado se inauguró en la zona un “paseo educacional”, con testimonios y audios explicativos, que congregó a vecinos de ambos lados –en concreto, el día 9, fecha de la apertura–.
Hay una ruta circular gratuita de dos kilómetros en pleno bosque recomendada para la familia. La asociación Grenzenlos, responsable de la iniciativa, quiere atraer justamente a los más jóvenes. “Fue difícil. Muchos testigos de oriente no querían hablar por temor a ser cuestionados”, comenta Benedikt Einert, de la asociación ZeitZonen.
En ese encuentro, dos antiguos soldados del área limítrofe, Helmut Maushake (1944), del este, y Lothar Engler (1955), del oeste, antes enemigos, compartían entre risas unas cervezas. El recorrido acaba en el municipio de Hötensleben, a 20 minutos de Helmstedt, donde se alzó otra muralla.
Guía para el viajero
Cómo ir. No hay vuelo directo. Lufthansa ofrece Madrid-Hannover desde 240 euros ida y vuelta. O con Iberia Express, pero vía Madrid-Fráncfort y, después, Fráncfort-Hannover, desde 300 euros ida y vuelta. Aunque puede ir a Wernigerode en tren tanto desde Fráncfort como desde Hannover, se aconseja alquilar un coche.
Dónde dormir. El HKK, muy sencillo y en pleno centro de Wernigerode, tiene la noche desde 100 euros en esta época, mientras que el Best Western Hotel Helmstedt ofrece habitación desde 76. Ambos con wifi, pero no siempre funciona, así que prepárese para desconectar del mundo. Es un viaje muy rural.
Dónde comer. Si quiere degustar platos tradicionales, visite Mandelholz, a 29 kilómetros de Wernigerode, cuya especialidad es el venado con domplines de patatas, pera glaseada y lombarda picante.
Reserva de rutas. Turismo de Wernigerode ofrece folletos en español, pero la visita al museo de Brocken, al castillo y a Hötensleben es en alemán o inglés. Y necesitará un guía en Sorge y en el paseo entre Helmstedt y Beendorf, porque el recorrido es en alemán. Reserve en www.grenzmuseum-sorge.de y Grenzenlos@stadt-helmstedt.de. Y para ver la ópera Fausto: http://shop.hsb-wr.de/tickets
Sobre la firma
Más información
Archivado En
- Hannover
- RDA
- Stasi
- Reunificación
- Arte gótico
- Magia
- Johann Wolfgang Goethe
- Destinos turísticos
- Alemania
- Servicios inteligencia
- Edad Media
- Centroeuropa
- Seguridad nacional
- Espionaje
- Historia arte
- Conflictos políticos
- Segunda Guerra Mundial
- Turismo
- Fuerzas seguridad
- Defensa
- Historia contemporánea
- Guerra
- Europa
- Política
- Justicia