La vía alemana, opción más estable para la economía
Decíamos en mayo, tras el pequeño maremoto electoral de las municipales y autonómicas, que nada estaba escrito sobre el resultado de las elecciones generales y la gobernabilidad ulterior. El futuro más previsible con una simple extrapolación de resultados locales a las generales dejaba un escenario de práctico empate de bloques (derecha natural e izquierda natural) que se ha confirmado el domingo. El Partido Popular y alrededores dispone de una ligera ventaja en escaños sobre PSOE y sus limítrofes, pero en ambos casos hay que contar con nacionalistas para lograr mayorías estables. Por tanto, si se aplicase tal posibilidad, tales mayorías no tendrían la categoría de estables y sostendrían, a capricho y demanda de secesionistas, Gobiernos volátiles.
Los vaticinios de las encuestas dibujaban vías de escape poco razonables a medida que se acercaban los comicios, y salvo vaivenes de última hora, que han confirmado que cuando se entra en campaña los liberales de Rivera mutan a estado gaseoso y los radicales de Iglesias aprietan, los riesgos de ingobernabilidad son evidentes. Tanto, que la alternativa de nuevas elecciones en tres meses no es nada descartable.
La vía portuguesa que se temía por las consecuencias que pudiere tener para la economía una reversión integral de las reformas económicas no ha cristalizado. No hay suma posible de PSOE y Podemos con Izquierda Unida. El PSOE la ha descartado porque los números no salen, aunque tampoco le hace gracia alguna encamarse con un Podemos tan cerca de su nuca y que, a juzgar por los primeros mensajes de su jefe, mantiene su hoja de ruta: hacerse con la hegemonía de la izquierda en España y en su Parlamento. Si para ello necesita tiempo, sabe que lo dan de balde. Solo una posición más poderosa del PSOE de Pedro Sánchez, con más tierra de por medio con Podemos, podría facilitar tal pacto portugués, pese a que el ideario de Podemos y sus franquicias, radicales y soberanistas, colocarían al Partido Socialista en una situación muy delicada.
Así las cosas, España parece entrar en la vía italiana: varios partidos con fuerte presencia parlamentaria, endiablados juegos de alianzas y una estabilidad de temporada que no permite transmitir el sosiego necesario. La elección del presidente del Ejecutivo es muy complicada por el aparente empate entre la izquierda y la derecha, que es similar al que se produjo ya en 1996, cuando José María Aznar logró ser investido por vez primera con un saldo de escaños muy, muy precario.
Con los resultados escrutados al 100%, el PP y sus aliados naturales (Ciudadanos) y los que por afinidad ideológica podrían serlo o lo han sido en el pasado (Coalición Canaria, PNV y Convergència Democràtica de Catalunya, que todos son burguesía conservadora pasados por el tamiz del nacionalismo), tendrían 178 escaños, y 11,66 millones de votos. Dado que un pacto a la manera del Majestic (Aznar con Pujol) no es hoy posible por la descarriada deriva soberanista y secesionista de la derecha catalana, el Gobierno de Rajoy tendría las patas cortas. Solo si una Convergència castigada en las generales rectificase su posición haría manejable un pacto en el que tendría que estar Ciudadanos. Pero no nos engañemos: no estamos en 1996 y el irreversible e inminente apoyo de la CUP a Artur Mas hace imposible replicar aquel acuerdo.
Otra opción que permite la vía italiana es, si el intento de investidura de Rajoy fracasa en primera y segunda vuelta, un pacto de la izquierda liderado por el Partido Socialista. Los números no salen, puesto que la alianza natural del partido de Sánchez con Podemos, Izquierda Unida y ERC, aun metiendo en ese saco improbable también a Bildu, sumaría solo 172 asientos, con 12,46 millones de sufragios. Precisaría del respaldo de Convergència y PNV, que se sumarían gustosos si sus tesis son respaldadas por los hechos con el reconocimiento a la autodeterminación de los pueblos que preconiza Podemos, y con una reforma constitucional integral. Mal negocio para el PSOE sería entrar en tal juego a cambio de un poder efímero que terminaría por desbordarle si se ha comprometido con la unidad de España consagrada en el artículo 2 de la Constitución. Además, el PP y C’s, con el 46,57% de escaños, tienen minoría de bloqueo para cualquier cambio constitucional.
La presión de la ‘vía alemana’
En todo caso, los mensajes de Pablo Iglesias siguen fieles su propósito de acampar hegemónicamente en la izquierda manteniéndose al margen de todo Gobierno, salvo que lo presida él. Descartadas las vías portuguesa e italiana, aparece como alternativa más sólida la vía alemana, aunque pueda ser un suicidio a la griega para el Partido Socialista, como lo ha sido para un Pasok heleno atrapado por la crisis y las acusadas diferencias entre su credo y su práctica política.
¿Por qué no la vía alemana? En las últimas décadas, sea para aislar radicalismos de izquierdas o para salvar riesgos de inestabilidad, los alemanes han tenido Gobiernos de coalición de los dos grandes partidos nacionales, en los que han preparado un programa común de mínimos que, con un Ejecutivo mixto, salvase las dificultades y proporcionase al país y a su potente aparato productivo la estabilidad. Ha funcionado y nadie se ha comido a nadie.
La economía española sigue muy delicada; con una recuperación productiva cogida por alfileres, en la que un endeudamiento desmesurado sobre el PIB en manos de inversores extranjeros obliga a proporcionar estabilidad y certezas sobre la solvencia del país. La economía avanza más de un 3% anual y se crea empleo de forma razonable, aunque no de la mejor calidad; pero ambas cuestiones son las que todos los políticos con visión de Estado deben preservar, por encima de sus particulares ópticas políticas.
¿Es imposible la gran coalición? ¿Es irrenunciable un programa común PP-PSOE para los votantes de un partido y de otro? Siguen acaparando el 60% de los escaños, reivindicando la vigencia, aunque sea mermada, del bipartidismo, y con Ciudadanos defienden una unidad de objetivos, aunque por distintos medios. Pedro Sánchez ha advertido de que mantendrán “prudencia y responsabilidad”, aunque “en ningún caso votarán la alternativa de Rajoy”. Y Rajoy comentó el domingo: “Buscaré formar Gobierno, pero la única condición es que sea estable”. Este planteamiento de pura racionalidad ensayado en Alemania con tanta naturalidad será pronto bandera de los más influyentes empresarios y grupos de opinión, y unos y otros, PP y PSOE, deberán explicar porqué no lo intentan.
Los socialistas temen que el abrazo del oso de la derecha acabe con ellos; pero la cuenta que tienen que hacer es qué ocurre si la alternativa es el abrazo del oso de la izquierda, más voraz que el primero. Lo que no es admisible es que la economía se pare (ayer los mercados dieron una primera advertencia) cuando es la que más necesidad de crecer tiene. PP y PSOE, Rajoy y Sánchez, pese a no mantener la mejor de las relaciones, tienen el deber de intentarlo; y si el peaje para lograrlo es ellos mismos, recuerden: nadie es imprescindible. Existe la alternativa del pacto frío, consistente en facilitar la investidura de Rajoy y pactar cuestiones puntuales en las Cortes; pero esa práctica de partir el bacalao y que no te huelan las manos es un compromiso muy pobre y tendrá la jubilosa crítica de Podemos para seguir socavando la vieja política. Mejor pactar con todas las consecuencias que a medias.