La hora de la política responsable
La estrecha victoria del PP en las elecciones del domingo ha dado lugar a uno de los escenarios más abiertos en la historia democrática de España. Y eso no es intrínsecamente negativo, sino todo lo contrario si los responsables políticos son capaces de asumir la importante y compleja tarea que les han encomendado los ciudadanos. Esta se puede resumir en dos verbos: negociar y pactar. Porque negociar, negociar y negociar, por partida triple y hasta la extenuación es lo que están obligados a hacer a partir de ahora los responsable políticos, con altura de miras, responsabilidad de calado y superando las querencias partidistas en pro del bien común. Así es como debe ser. Sin embargo, las reacciones iniciales recogidas tras la decantación de los resultados de las urnas y las primeras reuniones de las ejecutivas hacen que nos planteemos serias dudas sobre si unos y otros son conscientes de la responsabilidad histórica que los ciudadanos han puesto en sus manos.
El encaje del sudoku para gobernar es doblemente trascendental en estos momentos, cuando la economía necesita para despegar de todo menos las indeseables incertidumbres que pone en el horizonte no saber qué políticas se van a aplicar. Los mercados han dado el primer aviso: reacción a la baja de la Bolsa, subida de la prima de riesgo y aumento de la rentabilidad del bono. No son efectos preocupantes hoy. De hecho, la bajada del Ibex fue casi igual de acusada el día después de las últimas generales, en 2011. Pero la recuperación es un cultivo delicado a cuidar con esmero y los inversores miran con lupa a España para ver qué dirección toman sus medidas económicas. Nos jugamos mucho en este envite y los elegidos en las urnas deben ser muy consecuentes con ello.
Las diversas fórmulas a las que se puede llegar para constituir Gobierno deben tener como base primordial la estabilidad, pero también entender que un frenazo en el proceso de mejoras de la economía será un paso atrás para todo el país. Porque solo con crecimiento se resolverán la falta de empleo, los recortes del Estado de bienestar, el futuro de las pensiones, las ayudas a la dependencia... y tanto que queda por hacer. Aunque algunos no lo lleguen a verbalizar, eso lo saben todos en el arco parlamentario. Es el momento, como dijo ayer el líder de Podemos, Pablo Iglesias, de que las líneas rojas sean líneas de consenso. Y eso es aplicable a todas las fuerzas. Porque, como expresó con pocos minutos de diferencia el presidente de CEOE, Juan Rosell, los empresarios entienden que “si el pueblo ha dicho que hay que hacer coalición, hagámoslo”. Que oiga quien quiera oír. Conviene también que los árboles no nos oculten el bosque de nuestra condición de socio de la UE. La primera respuesta de Bruselas al 20D ha sido neutra, con la genérica petición de un Gobierno estable, pero el mar de fondo es que si un nuevo Ejecutivo cuestiona las recetas de estabilidad presupuestaria se encontrará enfrente a la Comisión Europea. Aunque España no siempre ha cumplido las exigencias de la zona euro, la capacidad para nadar y guardar la ropa de Rajoy ha salvado muchos escollos en Bruselas, eso sí, con el apoyo de Berlín, un socio siempre conveniente. En caso de un volantazo de la política de reformas y compromisos o que se cuestione la estabilidad presupuestaria en contra de los criterios europeos, Bruselas tiene herramientas de presión como la exigencia de actualizar el Presupuesto o procedimientos como el ejecutable por déficit excesivo o el nuevo de desequilibrio macroeconómico.
Ello se traduciría más en presión política que otra cosa, pero no sería la atmósfera más respirable en la relación de España con sus socios europeos, por otra parte los principales clientes de nuestra economía. Es por ello este otro importante ejercicio de responsabilidad a tener en cuenta. Tras el 20D, hemos oído a los responsables de los partidos políticos hablar de prudencia, reflexión, debate, diálogo, responsabilidad... Son hermosas palabras del castellano. Sin embargo, ya es la hora de los hechos, de la política responsable. Y se equivocará quien no recuerde que es en el cultivo del consenso donde este país obtiene sus mejores cosechas.