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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La pasividad de la banca obsesiona a Draghi

Los mercados recibieron ayer con una viva decepción inicial –puesto que las expectativas apuntaban muy alto– el anuncio de las nuevas medidas de estímulo del Banco Central Europeo (BCE). Mario Draghi detalló durante su comparecencia un paquete de artillería sobrio, controlado, aunque suficiente, al menos de momento, para continuar insuflando oxígeno a la pesada maquinaria de la economía europea y ahuyentar el persistente fantasma de la deflación. El escenario al que se dirigen esas medidas es el de una Europa que muestra una inflación del 0,1% frente al objetivo oficial en el mandato del banco, que está algo por debajo del 2%.

El anuncio de Draghi fue recibido de forma inmediata con fuertes caídas en las Bolsas, subidas del tipo de los bonos y apreciación del euro, resultado de las expectativas de los inversores, que esperaban que el presidente del BCE sacaría una bazuca. Y no ha sido así, aunque a juicio del italiano –que hasta el momento ha mostrado una capacidad de actuar con cabeza fría y cálculo notables– la munición puesta sobre la mesa ha surtido efecto. Draghi ha ampliado seis meses más, hasta marzo de 2017, el programa de compra de deuda, pero lo ha hecho sin modificar las adquisiciones mensuales, que seguirán siendo de 60.000 millones. Ello supone inyectar otros 360.000 millones de euros al sistema en compras, lo que no es poco, hasta los 1,5 billones. El BCE ha actuado, además, bajo el presupuesto explícito de que está dispuesto a dar más. No en vano, Draghi mantiene como brújula de su mandato el “hacer lo que sea necesario hacer” para impulsar la economía europea. Aunque la ampliación del programa de compra de bonos no haya sido tan contundente como se esperaba, Francfort ha dado una vuelta de tuerca más en su paquete de medidas. Y lo ha hecho con un claro e inequívoco objetivo: presionar a la banca europea para que haga fluir más el crédito y alimente con mayor vigor la actividad económica.

Para lograrlo, Draghi ha recortado la tasa de interés de depósito del BCE –por la que remunera el dinero a los bancos– en diez puntos básicos, hasta el –0,3%. Ello supone elevar el interés que el banco cobra a las entidades financieras por depositar fondos a un día, lo que equivale a empujarlas para que presten ese dinero al sector privado, especialmente a las empresas. El presidente del BCE ha anunciado que las medidas incluirán también la compra de deuda regional y municipal, lo que ofrecerá a una parte del sistema bancario europeo la oportunidad de limpiar más sus balances. Esas adquisiciones no son muy relevantes para la banca española, pero sí para entidades regionales como las italianas y las de los lander alemanes. A todo ello hay que sumar que Francfurt reinvertirá en el mercado de deuda los intereses que vaya cobrando por los activos que compre, aunque de momento Draghi no ha explicado cómo se articulará técnicamente esta operación. En cualquier caso, el mensaje es claro: la economía se moviliza por la actividad empresarial y la actividad empresarial necesita un crédito constante y abundante por parte de la banca europea.

Aunque a los inversores les sepa a poco la sobriedad de la política monetaria del BCE, las encuestas revelan que la fluidez crediticia en Europa ha mejorado sensiblemente en los últimos dos años. Las sombras que Draghi quiere despejar ahora de los cielos del Viejo Continente son la posibilidad de la deflación y el efecto contagio de las turbulencias de los países emergentes. Frente a una economía estadounidense a la que la Fed está a punto de quitar las muletas –se espera que el organismo suba tipos por primera vez en un decenio– Europa sigue arrastrando las cicatrices de la crisis más devastadora de su historia reciente.

Ello se ha traducido en una recuperación fría y desigual, que hace necesario mantener los estímulos monetarios y muy probablemente obligado prorrogarlos. La mayor flexibilidad del modelo de crecimiento de EE UU y su alta dosis de competitividad contrasta con las rigideces estructurales que persisten a este lado del Atlántico. Como Draghi ha repetido en numerosas ocasiones, Europa no puede basar su recuperación en la varita mágica de la autoridad monetaria, sino que debe reformar su perfil económico y prepararlo para el futuro.

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