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Columna
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La automoción debe temer a Oslo

Oslo puede llegar a ser para la industria automovilística mundial lo que Nueva York fue para las compañías de tabaco: un presagio de un cambio regulatorio radical. Más de una década desde que la ciudad estadounidense fuera pionera en una ofensiva global contra el tabaquismo, la capital de Noruega ha decidido enfrentarse a los coches.

Para las personas que dependen de ellos, el plan para acabar con los vehículos privados en 2019 podría parecer tan inverosímil como en 2002 la prohibición de fumar del entonces alcalde Michael Bloomberg. Pero pese a la feroz resistencia inicial, la política antitabaco fue rápidamente adoptada en todo el mundo desarrollado. Y al igual que los restaurantes libres de humo, una ciudad sin coches tiene beneficios obvios, como un aire más limpio, menos accidentes y menos ruido. Solo en Londres, la contaminación del aire mata a 9.500 personas cada año, según estudio del Kings College. Los coches eléctricos abordan algunas cuestiones, pero no todas. En las vías urbanas, el coche medio necesita 10 veces más espacio por pasajero que un tranvía ocupado al 20%.

Oslo será una prueba de que el transporte público puede mantener las oficinas y las tiendas ocupadas con clientes. Tendrá que construir 60 kilómetros de carriles bici adicionales y promete abrir camino a las personas con discapacidad y los vehículos de reparto. Todavía es difícil saber si una ciudad sin coches realmente satisfará las necesidades de sus residentes.

No es que los fabricantes de automóviles no tengan ya bastantes preocupaciones. El jefe de Apple, Tim Cook, ha advertido de que la industria del automóvil se enfrenta a “un punto de inflexión para un cambio masivo”. Si Oslo se convierte en un modelo, el país de los vikingos podría sentar las bases para un asalto aún más feroz a la rentabilidad de la industria.

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