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Partidarios y detractores recurren al fraude de Volkswagen

El escándalo caldea más el pacto comercial con EE UU

Un concesionario de Volkswagen en Pasadena, California.
Un concesionario de Volkswagen en Pasadena, California. Reuters

La manipulación de los motores de Volkswagen para ocultar su verdadero nivel de emisiones contaminantes sorprende a la Unión Europea en plena negociación con Washington de un acuerdo comercial que ambos lados describen como el mayor de la historia. Los partidarios y, sobre todo, los detractores del futuro Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTCI) se han aferrado al caso de la automovilística para ilustrar las consecuencias de la creación de un área transatlántica sin barreras regulatorias ni arancelarias.

Desde el lado de los críticos, Florent Marceselli, portavoz español del grupo de Los Verdes en el Parlamento europeo, considera que el caso VW “nos indica que es hora de poner freno al poder de las multinacionales, que se intenta reforzar, por ejemplo, con tratados comerciales como el de la UE con EE UU”.

Pero entre los partidarios del TTCI se subraya el hecho de que hayan sido las autoridades estadounidenses las que han destapado el fraude de una compañía europea, lo que parece desmentir la supuesta tolerancia de Washington con las grandes empresas.

La Comisión Europea, por su parte, se resiste por ahora a extraer consecuencias del caso en relación con sus relaciones con EE UU y se limita a señalar que “debemos averiguar todo lo sucedido y por el bien de nuestros consumidores y del medioambiente, debemos estar seguros de que las compañías cumplen escrupulosamente las normas”.

La UE presume de estándares exigentes pero EE UU ha destapado los fraudes en banca o automóvil

Bruselas insiste en que el caso de VW es un problema concreto de una multinacional sin ningún impacto directo en el devenir del futuro Acuerdo Transatlántico. Y en la capital comunitaria se subraya que los estándares medioambientales no están incluidos en el capítulo sobre el sector de automoción, que solo pretende armonizar ciertos aspectos en la homologación de accesorios de seguridad de los automóviles.

Pero esa precisión técnica no ha impedido que los enemigos del TTCI invoquen el fraude de las emisiones como símbolo de la impunidad que, a su juicio, disfrutarán las grandes compañías en el mayor área comercial del mundo.

Ese argumento contrasta con la tolerancia mostrada por la UE con la industria automovilística.

La organización no gubernamental europea Transport & Environment, por ejemplo, llevaba años denunciando infructuosamente las discrepancias entre las emisiones declaradas por los fabricantes de automóvil y sus resultados reales. Finalmente, han sido las autoridades estadounidenses las que han demostrado la existencia del fraude y VW se expone ahora a sanciones multimillonarias y a posibles reclamaciones por parte de sus clientes estadounidenses. Y Carlos Calvo, analista de la Transport & Environment, advierte que este caso “es solo la punta del iceberg”.

“Ni la UE ni ningún Estado miembro exige que los tests de los vehículos los lleven a cabo organismos independientes”, ha lamentado Monique Goyens, directora general de la Oficina Europea de Organizaciones de Consumidores, en una carta dirigida a la Comisión Europea tras destaparse el truco de Volkswagen.

Mitos europeos

El caso de VW pone en entredicho no solo a la industria automovilística europea en un momento en que pretende ampliar su mercado estadounidense sino también la fiabilidad de los controles industriales europeos, supuestamente más estrictos que los estadounidenses.

En Europa, los límites de emisiones solo se han rebajado gradualmente, siempre con la resistencia de Alemania, cuya industria automovilística (con modelos más potentes y pesados) teme la competencia de la francesa (más ligeros y menos contaminantes). Ese choque ha impedido que la legislación europea sea más estricta.

En el caso concreto del dióxido de nitrógeno (NO2), que era la emisión objeto de fraude en VW, los límites son más exigentes al otro lado del Atlántico (50 miligramos por milla frente a los 80 por kilómetro). Y las compañías se exponen además en EE UU a que la agencia federal de medio ambiente verifique la veracidad de su declaración de emisiones.

Pero el mismo fenómeno se repite en otros sectores. En el financiero, por ejemplo, desde que comenzó la crisis la banca ha pagado 65.000 millones de dólares al Departamento de Justicia estadounidense para saldar las cuentas de sus expedientes. La Comisión Europea solo ha impuesto multas por valor de 1.800 millones de dólares (pendientes de revisión judicial) por la manipulación de los tipos de interés... fraude que se destapó en EE UU.

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