Un viaje mágico a la tierra de Cyrano
Enclavada en un cinturón de densos bosques y extensos viñedos adornados por los meandros del río Dordoña, Bergerac es una ciudad francesa medieval con un gran patrimonio histórico.
Campos recién segados sobre los que sobrevuelan busardos ratoneros al acecho de su cena. Exuberantes bosques de roble, castaño, arce y pino, junto a vergeles de tilo, avellanos, ciruelos y extensos viñedos, patrimonio de la región. Ciervos, zorros o lechuzas que sorprenden en el monte al atardecer. Y el Dordoña, el imponente río que serpentea todo el valle, alma y símbolo comercial histórico de la ciudad.
Aunque Bergerac, al oeste de Francia, en el departamento de Dordoña, región de Aquitania, debe su notoriedad a Cyrano, un “hombre de letras y gran espadachín” parisino, en cuya azarosa vida se inspira después el dramaturgo marsellés Edmond Rostand. Una célebre obra teatral que cuenta sus hazañas libertinas con las mujeres y su espada.
Huele a heno, a tierra mojada tras el chubasco matinal. En el paisaje, a las afueras, predomina el colorido y la abundancia primaveral, más intensa y radiante en esta zona, donde la vida rural tiene aún mucho peso. El buen tiempo invita a desayunar en el porche, junto al cantar de los pájaros, el revoloteo de las mariposas y el zumbido de las abejas. Así, después de tomar un café con leche, un esponjoso cruasán de mantequilla o unas tostadas con mermelada de ciruelas, es un buen momento para adentrarse en el casco viejo.
Travesía medieval
Lo ideal es comenzar de sur a norte, desde el puerto antiguo hasta la iglesia de Notre Dame, de estilo gótico. Esta pequeña ciudad medieval puede recorrerse sin mapa (está bien señalizada), así que puede perderse entre sus callejuelas adoquinadas e ir descubriendo sus rincones, como la plaza de la Mirpe, una de las más encantadoras de la urbe, ya que preserva ese singular estilo arquitectónico del medievo de casas típicas de adobe con cimientos de piedra, entramados de madera y ladrillos aparejados en forma de espinas de pez, a la sombra de frondosos castaños.
Aquí hay tiendas y hostales, aunque es recomendable alojarse en el campo, en los alrededores de la localidad (como La Force o Prigonrieux), para convivir a plenitud con la naturaleza. En este rincón se halla una minúscula estatua de Cyrano, aunque en la plaza Pélissière su exagerada nariz lo delata mucho más, el mayor monumento en su honor.
La ciudad mantiene su esencia, pese a la Guerra de los Cien Años de los siglos XIV y XV
Hercule-Savinien de Cyrano fue un poeta, dramaturgo y librepensador francés, nacido en París, coetáneo del considerado padre de la comedia francesa, Jean-Baptiste Poquelin, es decir, Molière. En 1638 adopta el nombre de Cyrano de Bergerac por las tierras donde pasó buena parte de su infancia y que eran propiedad de su abuelo, un feudo en el valle de Chevreuse que recibió como recompensa por haber recuperado Bergerac de manos de los ingleses.
El conocido militar e intelectual de la época fue considerado libertino por sus irreverencias a las instituciones religiosas, constantes peleas y afición a las mujeres. Aunque su fama llega con la celebérrima obra del dramaturgo Edmond Rostand, donde retrata su gran amor frustrado por su prima Roxane, sus proezas con la espada y su trágica muerte, propias de su vida misma. Rostand decide, años más tarde (1897), que su personaje debía residir en Bergerac.
La ya citada plaza Pélissière, que antaño reunía a mercaderes de pieles, alberga también la iglesia de los monjes benedictinos Saint Jacques, una estructura románica del siglo XII, reformada varias veces, con un balcón de madera en lo alto donde descansa su campanario.
Las sorpresas están en los detalles, en los adornos de las edificaciones, esculturas, aldabas y picaportes antiguos, como en las calles de Saint James o en la peatonal l’Ancien Pont. En esta última, deténgase en el torreón de la Maison Peyrarède, una construcción que evoca el paso del Renacimiento al clasicismo. En la rue des Fontaines descubra la Casa Gaudra, del siglo XIV, y en la rue des Récollets, el claustro franciscano de Recoletos y actual Casa de los Vinos, una visita obligada si es amante de los tintos, rosados o blancos.
La ciudad creció, en principio, en torno al puerto, que congregaba vecinos, viajeros, peregrinos de Santiago y comerciantes. Dordoña permitió, en los siglos XI y XII, la expansión comercial de Bergerac tras el desarrollo del transporte fluvial y el impulso de la viticultura. Sin embargo, con la llegada del ferrocarril (siglos XIX y XX) y la construcción de la estación, los asentamientos se desplazaron hacia el norte, en las afueras del casco antiguo y alejados del puerto, alrededor de la iglesia de Notre Dame.
Bergerac está muy bien conservada, pese a la destrucción sufrida por la ocupación inglesa durante la Guerra de los Cien Años (siglos XIV y XV) –que finalizó con la batalla de Castillon– y a las constantes crecidas del río. De sus antiguas murallas quedan apenas vestigios.
En torno a Dordoña
El puerto antiguo de Bergerac es hoy solo un atractivo turístico. Los paseos en gabarras, canoas y piraguas abundan al final de la primavera y en verano, una aventura que permite al visitante conocer la flora, fauna y los castillos de cuentos de hadas de los alrededores.
Una atmósfera de quietud y eclosión arbórea, con sus juncos, sauces llorones y estelas de algas, que compite con el nado de una bandada de patos de plumaje verde brillante y cisnes que se dejan arrastrar por la corriente, o un radiante martín pescador azul turquesa que atraviesa la ribera.
Sea un paseo en barco (desde nueve euros entre abril y noviembre) o uno a pie por el sendero de Pierre Loti, la magia del viejo puerto hechiza al visitante. Y si cruza el puente al atardecer, al otro lado del río, desde la plaza Barbacane, puede captar una foto panorámica de Bergerac. Mejor aún, apreciar la pintura en acuarela que irradia Dordoña.
Oda al buen comer
Apasionados por la gastronomía, el vino y los productos locales, en la región reina el pato, su gran devoción. De él se aprovecha todo, como del cerdo en España. Una carne exquisita que sorprende el paladar de los más escépticos. Puede encontrar magret fresco o curado, muslos confitados en grasa de oca (confit de canard), fuagrás, gésiers (mollejas confitadas)... de granjas artesanales que se pueden visitar, como la de Sirguet en Monsac, a 22 kilómetros de Bergerac.
No deje de probar la ensalada Perigord o el cassoulet, el potente guiso de alubias con pato o cerdo y salchichas. Y, para culminar esta rica y variada propuesta culinaria, un buen vino de la zona, que cuenta con 13 denominaciones de origen.
La costumbre es visitar los miércoles y sábados el mercado tradicional, junto a la iglesia de Notre Dame, para el deleite del gusto con las frutas y verduras de temporada: jugosas fresas, manzanas, frambuesas, ciruelas pasas... y extraordinarias alcachofas, patatas, lechugas, tomates, albahaca morada, rábanos, etc.
Una diversidad de panes caseros, quesos blandos y curados de vaca y oveja difíciles de resistir, el típico aceite de nuez y, por supuesto, el pato. O visite el Mercado Cubierto (Place du Marché Couvert), de martes a sábado, donde hay queserías, charcuterías, pescaderías y tiendas de conserva para su elección. Aunque en verano, los mercados nocturnos de los pueblos cercanos son la gran novedad.
Guía del viajero
Cómo llegar. Puede ir en coche, un trayecto de unas ocho horas, cerca de 800 kilómetros, que se hace más agradable si realiza una parada en la frontera, en Hendaya o San Juan de Luz. También hay vuelos directos desde Madrid y Barcelona.
Dónde dormir. Si prefiere el contacto con la naturaleza, su alojamiento está en La Force, a ocho kilómetros de Bergerac, en la Hostellerie des Colonnes (http://www.hostelleriedescolonnes.fr/). Aunque si es más urbanita, en la plaza de la Mirpe, en el casco viejo, puede alojarse en Le Relais de la Mirpe, una casa del siglo XVI.
Dónde comer. Turismo recomienda el restaurante Le Repaire de Savinien “Nouvelle ère”, que ofrece productos de temporada, en la rue Mounet-Sully, en el centro, y Le Vin’quatre, también en la zona, especializado en fuagrás y ternera.