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Tribuna
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Migración, el problema de la vieja Europa

No es un drama, es una tragedia horrible. Setenta y un seres humanos murieron en un camión frigorífico, en una cámara cerrada en el corazón de la vieja Europa. Asfixiados. Hacinados. Herméticamente encerrados. Pero murieron mucho antes. Ni siquiera lo sabían. Tampoco nosotros. Murieron en Siria. En una guerra cruel que se ha cobrado más de 200.000 víctimas, pero la industria de la guerra sigue sembrando su espiral de muerte y destrucción.

De este lado, indiferencia, silencio, noticia de dos días en los medios, pero nada más. Falta conciencia. Falta sensibilidad, falta una dosis de realismo y valentía. Miles y miles de personas, refugiados, asilados a futuro, inmigrantes, han tratado y tratan de llegar a Europa, por sus fronteras del este, por Turquía, que deja pasar en una especie de corredor por donde vienen miles de sirios, afganos, etc., por el Mediterráneo, por Grecia, por Lampedussa, por las costas del sur españolas. Calais y Dover cobran su último episodio, un epíteto donde 3.000 sueños se rompen en el olvido y la indiferencia.

La vieja Europa se muere precisamente de vejez. Necesita trabajadores, estudiantes, personas que vivan, trabajen, emprendan, consuman y sostengan un sistema que convulsionará más pronto que tarde. La tasa de reposición es la que es. Invertirla es un mero deseo. Necesitamos trabajadores y mano de obra cualificada y no cualificada. Porque la ensoberbecida Europa se ha paralizado pese a ser la región más dinámica y rica del mundo. Y a ella quieren llegar cientos de miles de refugiados e inmigrantes pobres, que huyen de la miseria, del horror, de las guerras, de la desesperanza e incluso de sí mismos.

Cada vez son más y serán más los próximos meses y años. Esto no ha hecho más que comenzar. Nada importan los muros y las exclusiones, las alambradas y la sordera. A la pobreza y la miseria no la detienen cortinas de hierro y alambre. Ni directivas ni medidas policiales extremas. Menos la respuesta aislada de uno o dos países ante lo que es una vez más el fracaso exterior de la Unión Europea.

Oriente Medio es un polvorín sempiterno de odio, guerras, violencia, terrorismo; el Sahel aún sigue convulsionando tras el fracaso de Gobiernos corruptos y títeres amén de la amenaza del terrorismo yihadista; el Magreb es una sombra de lo que fue y sus primaveras árabes siguen encubiertas de la misma dolencia autoritaria y despótica que siempre han sufrido. Ucrania y la vehemencia de Rusia provocan avalanchas de inmigrantes y los Balcanes siguen inmersos en un ensimismamiento económico y social que les paraliza pese a ser candidatos in potentia a pertenecer al club de los elegidos de aquí a una década, conscientes de que Eslovenia y Croacia ya son miembros.

Y la gran contradicción es que mientras Europa envejece y los flujos migratorios de gente joven no ceja de venir al continente, la respuesta es la negación, la xenofobia, la exclusión y la expulsión. Pocos aceptan estas oleadas migratorias. Los partidos de ultraderecha y xenófobos cobran cada vez más fuerza y el populismo demagógico de algunos líderes que prefieren levantar muros y alambradas cobra el aplauso de muchos. Económica, laboral y socialmente Europa necesita cientos de miles de inmigrantes para asegurar y apuntalar su propio sistema de bienestar y su economía.

Falta coraje e ideas, falta voluntad de articular un discurso en el que el inmigrante no sea percibido como ajeno, como amenaza, como distinto, como persona que quitará puestos de trabajo, al contrario. Es el futuro de Europa el que ya necesita de esos inmigrantes, sabiendo como sabe que fuera de Europa, esta, no puede hacer nada allí donde se origina la migración. Setenta y un seres humanos murieron hacinados y asfixiados en una cámara de un camión en Austria. Las mafias humanas no tienen compasión ni sentimientos, pero este es un problema de mayor envergadura. Mientras sigamos mirando hacia el lado fácil y cómodo de la indiferencia, la arrogancia y la soberbia, nada aprenderemos. Mañana puede ser demasiado tarde no ya solo para quienes más sufren, sino para todos nosotros.

 Abel Veiga Copo es Profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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