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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Montoro cierra el capítulo de la crisis

La presentación oficial del proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado de 2016 ha roto algunos moldes. No por la liturgia. Sí por el momento y por el contenido. El hecho de que, por primera vez en la historia, se presenten un 4 de agosto y comiencen a debatirse en la segunda quincena de un mes tradicionalmente vacacional es sintomático. Pero lo es bastante más que las cuentas del Reino que llevó ayer el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, al Congreso de los Diputados sean las quintas que hace un Ejecutivo en una legislatura. Algo que tampoco había ocurrido jamás.

Es evidente que estas peculiaridades tienen una clara lectura política. El Gobierno que preside Mariano Rajoy ha decidido empezar a lanzar su programa y sus prioridades con vistas a las elecciones generales de finales de año desde los Presupuestos. Una opción tan legítima, y reversible, como la contraria. De hecho, y como anticipo, Montoro lanzó un primer mensaje político para la gran cita electoral del 27S:Cataluña es la comunidad autónoma más favorecida por el proyecto de ley.

Pero más allá de este aperitivo, los Presupuestos de 2016 se han dibujado como algo parecido a un punto de llegada de la política económica efectuada a lo largo de la legislatura. Y se ha hecho en torno a dos ejes conceptuales: el éxito de las medidas de austeridad y la compensación al conjunto de la ciudadanía de los esfuerzos realizados durante los duros años de la crisis. Las cuentas del Reino para el año próximo parten de un recorte del techo de gasto del 4,4% y un objetivo de déficit público del 2,8% del PIB, algo que dejaría a España fuera del proceso de déficit excesivo europeo. Ello se combina, además, con un balsámico superávit primario. Un cuadro que, en opinión de Montoro, es el garante de la confianza que los mercados han otorgado a la recuperación de la economía española. La reducción de las prestaciones por desempleo, los ahorros provocados por la rebaja de los intereses de la deuda y el notable incremento de la recaudación por impuestos dan algo de aire inversor al proyecto de ley.

Esa cierta alegría tiene su expresión más palpable en el colectivo de funcionarios, uno de los más afectados por los ajustes de los anteriores Presupuestos, que se verán beneficiados por una subida de sueldo del 1%, la recuperación de la práctica totalidad de la extra perdida, así como una seria mejora de la tasa de reposición de puestos de trabajo. La partida reservada a las pensiones supone el 38,5% de los Presupuestos, debido, básicamente, a la subida del 0,25% tanto de las contributivas como de las no contributivas. En cuanto a la inversión pública, se apunta un leve incremento del 0,9%. Comunidades autónomas, sanidad, educación, dependencia, cultura o I+D+i también ven cómo crece, con cautela, su margen. En definitiva, Cristóbal Montoro no engaña a nadie cuando argumenta que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, o cuando explica que los números presentados ayer “son coherentes con las políticas que nos sacan de la crisis”. Y es justo reconocérselo así. La economía española ha logrado levantar el vuelo casi desde el abismo. Los síntomas de que la recuperación está en marcha son palpables y evidentes. Como también lo son los problemas y las incertidumbres.

El aún elevadísimo nivel de desempleo –pese a los buenos datos del paro registrado conocidos ayer o la considerable previsión de creación de puestos de trabajo recogidos en los Presupuestos–, el disparatado nivel de deuda pública o el estado de salud de la Seguridad Social son los problemas más urgentes a resolver y discutir. Y empezar a hacerlo en el debate parlamentario de los Presupuestos de 2016 sería magnífico. El Gobierno ha dado el primer paso y ha retado al líder de la oposición, Pedro Sánchez, a responder. El PSOE está conformando un sólido equipo económico capaz de diseñar también una hoja de ruta creíble, algo muy difícil de pensar en otras fuerzas políticas de nuevo cuño. Porque en realidad –Cataluña al margen–, la gran incertidumbre que pesa sobre la economía española, habida cuenta su dependencia de la financiación exterior, es solo una:¿pueden los mercados mantener la confianza en España tras las próximas elecciones generales? En manos de los grandes partidos está la respuesta.

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