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Disfrutar hablando en público

Por Mercedes Segura, profesora de ESADE Business School

Cuando un directivo habla en público desea, en su fuero interno, lo mismo que un actor al representar una obra de teatro: Gustar, seducir. Aún diría más, desea que le recuerden, desea ser memorable. El primer paso para conseguirlo, para triunfar en una actuación es disfrutar de ella. Pasarlo bien hablando en público es condición indispensable para que tu auditorio también disfrute. Si tú no te diviertes cuando presentas, lo tienes complicado para transmitir disfrute a los demás. Y ya lo dijo Voltaire k,“conviene más esforzarse en ser ameno que en ser exacto, el público lo perdona todo menos el sopor”.

Sin embargo, hay muchos directivos a los que no les gusta hablar en público. Lo hacen porque, por su trabajo o responsabilidad, no tienen más remedio, pero si pudieran, evitarían lo que ellos consideran “un mal trago”. Como no les gusta, se ponen nerviosos antes de hablar, les sudan las manos, o bien no saben qué hacer con ellas, en algunos casos titubean, les tiembla ligeramente la voz, en otros tienen tics que no controlan... En una palabra, sufren. Todas estas reacciones físicas (palpitaciones, sudor, temblores,…) van acompañadas de lo que los americanos llaman “the inner critics”, unas vocecitas interiores negativas que invaden nuestra mente como por ejemplo: “A mí no me gusta presentar”, “¿Por qué tengo que hacerlo yo?”, “Se van a aburrir”, “Yo este tema no lo domino”, “Mi jefe habla mucho mejor que yo”, “Espero que no me hagan preguntas”, “Preferiría hacerlo sentado”, “Cuanto antes empecemos antes acabaremos”, “Qué pereza me da hablar de esto”, “¿Y si me quedo en blanco?”...

La lista de pensamientos negativos que pueden invadirnos es muy larga, cada directivo ante una presentación tendrá la suya. Y no somos conscientes de hasta qué punto todo lo que pensamos se ve reflejado en nuestra forma, es decir, en nuestro lenguaje corporal. Por mucho que intente disimular, si mis pensamientos van por un lado y mis palabras van por otro, mi forma me delatará. Si no sintonizo con mis palabras, mi cuerpo y mi rostro reflejarán lo que estoy pensando, no lo que estoy diciendo. Por mucho que exprese en voz alta “estoy encantado de estar aquí”, si por dentro estoy pensando “vaya aburrimiento”, me arriesgo a que mis gestos, mi postura, la expresión de mi rostro o mi mirada me delate y los espectadores no me crean. ¿Por qué? Porque el público primero me ve y sólo después me escucha.

El público agradece la honestidad. Es cierto que puedes fingir estar pasando un buen rato cuando en realidad estás sufriendo con tu presentación. Pero fingir es agotador, requiere de muchísima más energía que ser uno mismo, y siempre existe el riesgo de que, como decía, tu forma te traicione y te acaben “pillando”.

Si pudiéramos, deberíamos hablar sólo de lo que nos gusta, ante un público amable y en el escenario y el momento adecuados. De este modo nuestra predisposición al disfrute sería sincera, no tendríamos que engañarnos a nosotros mismos, y nuestro lenguaje corporal sería coherente con nuestro discurso. Si uno creyera siempre en lo que dice, su cuerpo y su rostro sintonizarían con sus palabras.

Pero como eso no siempre es posible, la primera necesidad es eliminar esos “críticos interiores” que me impiden disfrutar. ¿Cómo? Transformándolos en “coach interiores”. Es decir, encontrando para cada pensamiento negativo, un pensamiento positivo que contrarreste el anterior, con una premisa fundamental, que ese pensamiento positivo sea cierto para mí.

La búsqueda de esos sentimientos positivos puede trabajarse con técnicas específicas; pero debe hacerse siempre con honestidad, la sinceridad es esencial al analizar mi actitud como orador. Se tratará de pequeños “mantras” referentes al discurso, el público, el escenario, el momento… todos los elementos que definen ese acto de comunicación, mantras que uno pueda repetirse por dentro para recuperar la positividad antes de empezar su discurso. Por ejemplo: “conozco el tema a fondo, me siento bien preparado para explicarlo”, “me hace ilusión presentar en esta sala o ante este público”... Esos pensamientos positivos allanarán el camino para disfrutar de mi actuación, y si son ciertos para mi, el auditorio lo notará y lo agradecerá. Y si el público lo pasa bien mostrará su agradecimiento a través del aplauso, que es lo que todo actor desea.

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