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Columna
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La eurozona debe pensar en su origen

Se supone que el euro es irreversible. Pero una unión inquebrantable requiere un acto de fe. Los políticos europeos parecen agnósticos con demasiada frecuencia. Hablar de divorcio, aunque sea para decir que no va a suceder, no es forma de mantener un matrimonio.

Por ejemplo, Ewald Nowotny, representante austríaco en el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo, explicó el lunes que la salida de Grecia causaría menos daño ahora que hace dos años. Quería reconfortar, pero sus afirmaciones apenas descartaron una salida.

Nowotny está lejos de ser el único en hacer este tipo de declaraciones de auto derrota. No es extraño que las molestas dudas sobre la unión monetaria europea hayan aparecido. La posible fractura aparece en las reacciones divergentes sobre los potenciales pagarés griegos y los californianos, emitidos en 2009.

En 2009, ningún político sugirió que California fuera demasiado irresponsable para seguir en EE UU

La semana pasada se habló de que el gobierno griego emitiría vales de algún tipo para pagar a los funcionarios a la espera de euros reales de sus acreedores. Pero Reuters informó de que los expertos del BCE concluyeron que esto podría terminar amenazando la pertenencia del país al bloque de la moneda única.

En la práctica, el juicio más duro es probablemente el correcto. Los griegos retirarían los euros de sus cuentas de ahorro lo más rápido posible y probablemente transferirían el dinero fuera del país. Esto agravaría la difícil situación de los bancos nacionales.

Tal escenario de desastre no se produjo en California cuando el estado pagó algunas facturas con un método similar. Bancos e inversores empujaron al entonces gobernador Arnold Schwarzenegger y a la asamblea legislativa estatal a resolver sus diferencias. Ningún político sugirió que California fuera demasiado irresponsable como para continuar siendo miembro de Estados Unidos o de la unión monetaria.

Un euro duradero requiere una tolerancia similar. El vicepresidente del BCE, Vitor Constancio fue de alguna manera en esta dirección el lunes al asegurar que un país que no puede hacer frente a su deuda soberana no tendría que abandonar el euro. Si esa actitud estuviera extendida, ninguna obstinación contra Grecia podría desentrañar el euro.

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