El paraíso de los zombis
Pocas veces en el pasado hemos escuchado o leído en los medios de comunicación de nuestro país términos como corrupción e imputación con la misma intensidad y frecuencia como hoy sucede. Una parte de la clase política y empresarial intenta reaccionar desesperadamente tras comprobar cómo la crisis de valores, en general, y la falta de ética, en particular, ha tambaleado las estructuras de la economía mundial que a todos nos termina afectando gravemente. Algunos aún se frotan hoy los ojos y piensan que todo lo que ha sucedido ha sido un mal sueño, una pesadilla y que al final todo se arreglará solo. “Son ciclos”, dicen para consolarse y para ocultar las verdaderas razones, sus verdaderas vergüenzas.
Resulta curioso que los mismos que han provocado tal hecatombe ahora miren para otro lado, como si la cosa no fuera con ellos, como si ellos fuesen unas víctimas más y no los responsables. De la clase política que se ocupen otros, mi opinión me la guardo para mí. En el caso de los altos directivos deberíamos recordar lo que decía el gran padre del capitalismo, Adam Smith: “Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayoría de sus ciudadanos son pobres y desgraciados”.
Y lo que a mi entender ha ocurrido es que parte de la clase directiva, también en nuestro querido país, en un entorno de máxima dificultad provocado por la crisis, se ha vuelto egoísta, ha perdido el valor, el criterio, la independencia y la capacidad de gestión. Sea por falta de autoridad, de convicción, de sentido de la justicia o de comprensión de que sin el principio del bien para todos en las compañías, estas no progresan: así de sencillo. Algunos han buscado su felicidad personal y han basado todas sus decisiones con el único fin de mantener sus elevados sueldos y en cobrar al final de cada año suculentos bonus para mantener un estatus muchas veces no relacionado con su auténtica contribución. Mientras tanto, al otro lado de la calle, sin más opción, sobrevivían los empleados de sus mismas empresas con nóminas vergonzantes y horarios extenuantes, perdiendo poder adquisitivo, calidad en el trabajo y la alegría e ilusión por cumplir con sus obligaciones sintiéndose bien retribuidos. Poco a poco y sin ser conscientes, convirtiéndose, ambos, directivos y empleados, en lo más parecido a un ejército de zombis al servicio de no sé qué fuerza motriz.
Recuerdo, a modo de ejemplo, una de las apariciones mejor recreada de zombis en la televisión: fue el mítico videoclip Thriller de Michael Jackson en 1983, donde aparecen estos en una brillante coreografía bailando con el cantante. De lo que no se han dado cuenta no pocos de estos directivos es que también ellos han pasado a ser parte de este ejército. Me pregunto cuántos CEO o directores generales de multinacionales quedan hoy en España que realmente tomen decisiones de forma y manera independiente, con autoridad y responsabilidad, poniendo a sus accionistas, directivos, empleados y clientes en el equilibrio necesario.
Pero lo más grave no es la ausencia de poder de decisión, de libertad, de convicciones, de valentía y determinación por hacer lo correcto para todos, sino que estos directivos (que no ejecutan, sino que más bien son ejecutados) han optado por obedecer a sus superiores sin rechistar, sin cuestionar la pérdida de su independencia, sin pensar siquiera las consecuencias futuras de la dejación de sus funciones. Solo parecen tener una prioridad, un único objetivo, mantener intacto su estatus, su salario, su bonus y prebendas. Sus empleados, sus equipos, han pasado a segundo término, el talento ya no parece importarles, han dejado de ser personas con nombres y apellidos y han pasado a ser números en una cuenta de resultados.
Creo firmemente en la célebre frase del dramaturgo y filósofo francés Gabriel Marcel: “Quien no vive como piensa, termina pensando como vive”. Y esto es lo que le está pasando en parte de nuestra clase directiva. Ya no deciden nada y solo se dedican a reportar a sus mayores, a justificar el mayor o menor grado alcanzado de las directrices recibidas, han renunciado a sus principios y valores haciendo suyos los que la multinacional les impone.
Más pronto que tarde, todo alto directivo recibe la visita de un huésped molesto e inesperado: la crisis y su conciencia. Creo que por desgracia algo sabemos de esto. Y es en ese momento cuando sale a relucir lo peor de esos mal llamados directivos que cambiaron sus sueños, proyectos, lealtades e ilusiones por un sueldo, un bonus, un estatus de privilegios. En resumen, miedo, cobardía y egoísmo, así como destrucción de valor empresarial que finalmente también paga el accionista. Y claro, ante este panorama no es extraño que algunos, al menos unos pocos, prefieran pilotar su propia avioneta, más pequeña e incluso más incómoda e inestable, en lugar de viajar en business class en un Airbus. Al fin y al cabo, quién no sueña con despegar y aterrizar donde quiera o llevar a los pasajeros que desee, hacer de su viaje una aventura llena de ilusión, alegrías y satisfacción. Puede ser más arriesgado, sí, pero sin duda más emocionante y estimulante. Mucho más que ser un zombi aunque líderes a todo un ejército... Como decía Shakespeare: “Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes gustan la muerte solo una vez”.
Me gustaría que esta noche ardieran de forma figurada todas aquellas actitudes que representan a este gremio de directivos zombis, nefasto ejemplo de una categoría que destruye valor y carreras por donde pasa. De sus cenizas han de resurgir para el futuro el modelo tan anhelado de aquellos directivos que antes son personas, y como tales, líderes con los principios y valores necesarios para construir proyectos profesionales que den acomodo a muchos, respetando y valorando a su vez el talento y la ilusión de los demás así como remuneran como nadie a sus accionistas, responsables y coherentes.
Tenemos un maravilloso camino por delante, nos ha de iluminar y llenar de la ilusión necesaria para creer en la existencia de otros modelos, aquellos que algunos pensamos son los únicos posibles, los más decentes y los que siempre han marcado nuestros caminos y el de tantos otros. Y no hablo de buenismo, no.
Hablo de comportamientos como el de Inditex que, tras incrementar sus beneficios, ha lanzado un plan de remuneración del que se beneficiarán 70.000 empleados de 54 países, y se aplicará a todos los trabajadores de tiendas, fabricación, logística, cadenas y filiales de todo el mundo con más de dos años de antigüedad. Como se ve, querer es poder.
Vale la pena.
David Colomer es CEO en Havas Worldwide y Arena Media Communications