Un cambio de modelo que no puede esperar
La necesidad de que España cambie de modelo productivo constituye una evidencia que prácticamente nadie pone en duda ya, tras una virulenta crisis económica que ha demostrado la debilidad de nuestra economía y su escasa resistencia frente a los cambios de ciclo. Pese a que son los periodos de recesión el momento de poner los mimbres para una transformación de esta naturaleza, los datos sobre el destino de la financiación bancaria a los sectores residentes antes y después de la crisis revelan que no hay demasiados indicios de que la economía española haya iniciado una revisión de su modelo.
Mientras el crédito vivo en actividades productivas ha perdido nada menos que seis puntos de participación en el crédito total desde 2008 a 2014 (hasta representar el 48,4%), el destinado a la vivienda ha ganado más de siete, hasta cifrarse en algo más del 42%. Ello dibuja una radiografía en la que ha disminuido el peso de la actividad productiva, cuyo crecimiento y diversificación –más allá de la construcción residencial y su comercialización– es una condición necesaria para abandonar el esquema económico que nos ha traído hasta aquí. El análisis de los datos muestra el proceso de desapalancamiento que han acometido empresas y hogares en España, así como la notable diferencia de ritmo entre unas y otros. Ello se explica porque las compañías tienen que realizar ese proceso de forma más contundente cuando se hallan en situaciones cercanas a la quiebra, algo lamentablemente frecuente desde el estallido de la crisis. Aunque es cierto que antes de esta 60 de cada 100 euros de crédito se destinaban a la vivienda, mientras que ahora solo se dedican 57,3, la caída del crédito destinado a la actividad productiva ha sido aún más intensa. Hasta el punto de que la foto actual de la economía española muestra cómo el crédito a los hogares (en el que se incluye el destinado a vivienda) supera por primera vez en este siglo al dirigido al sector productivo.
Todo ello hace necesario que España afronte de una vez y cuanto antes la tarea de rediseñar un modelo que ha fallado estrepitosamente en esta crisis y que volverá a fallar en el futuro. Los cambios productivos están integrados e impulsados por miles de decisiones individuales tanto de empresas como de consumidores, pero la política económica de un país dispone de recursos más que probados –es el caso de los incentivos fiscales o de la liberalización de mercados y regulaciones– para dirigir en buena parte ese proceso. La economía española debe apostar por aumentar la inversión en tecnología e innovación, así como por reforzar un sector exportador que ha ejercido un papel fundamental en el largo invierno que ha vivido nuestro país. Se trata de una tarea compleja cuyos resultados no son ciertos ni inmediatos. Y precisamente por ello es hoy y no mañana el momento de ponerla en marcha.