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Columna
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La meta de China

El nuevo objetivo de crecimiento de China es una oportunidad perdida. El primer ministro Li Keqiang asegura que la producción económica se expandirá en “alrededor del 7%” de este año. Aunque la falta de precisión es bienvenida, la República Popular sería mejor sin su objetivo tranquilizador.

Durante la mayor parte de la última década, el objetivo de crecimiento anual de China fue en realidad una sombra: incluso cuando el PIB se expandía a tasas de dos dígitos, este nunca superó el 8%. En los últimos años, sin embargo, el objetivo se ha convertido en el principal indicador de la voluntad del Partido Comunista de aceptar una desaceleración. El año pasado, China no alcanzó su objetivo de crecimiento por primera vez desde finales de 1980 –aunque solo por una décima de punto porcentual–.

Los encargados de la planificación parecen reconocer los errores al tratar de dirigir a la segunda mayor economía del mundo hacia un objetivo anual preciso. Eso explica el por qué el número siempre va precedido por un “alrededor”. La vaguedad muestra que los líderes chinos estarían dispuestos a aceptar un crecimiento inferior al 7% este año, aunque no está claro cuánto déficit tolerarían.

Sin embargo, incluso un objetivo menos preciso puede llevar a distorsiones. Anima a los burócratas regionales a priorizar la expansión a corto plazo sobre las reformas a largo u objetivos que más difíciles de cuantificar, como la sostenibilidad ambiental.

Desguazar el objetivo sería un signo de madurez económica. Después de todo, ningún otro gran país asegura tener el mismo nivel de control sobre su economía. Además, líderes como Li subrayan regularmente la importancia de otras cifras como el empleo, con una relevancia más directa sobre la población. Que China aún no esté lista para dejar de lado su objetivo del PIB sugiere que el pensamiento realmente liberal aún no está afianzado.

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