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No todas las asignaturas son 'cocos'

Álgebra, cálculo… y pimpón

Jugar al tenis o al rugby puede dar hasta tres créditos por temporada Cada universidad decide qué cursos, conferencias o actividades son convalidables

Joan Priu estudiaba Ingeniería Química en Barcelona e hizo un curso de 'bridge' para obtener créditos. Le gustó tanto que se dedica a ello profesionalmente.
Joan Priu estudiaba Ingeniería Química en Barcelona e hizo un curso de 'bridge' para obtener créditos. Le gustó tanto que se dedica a ello profesionalmente.Carles Ribas (El País)
Manuel G. Pascual

Los estudiantes de Ingeniería Industrial, tradicionalmente considerada una de las carreras más exigentes, se enfrentan al menos a tres auténticos huesos en su primer curso. Álgebra, cálculo (I y II) y física (I y II) tienen fama de ser asignaturas especialmente duras, las que más suspensos acumulan año tras año. Estas troncales son semestrales, por lo que equivalen a seis créditos cada una. Aprobarlas requiere de muchísimo trabajo (oficialmente unas 180 horas, según el Espacio Europeo de Educación Superior).

Afortunadamente para el alumnado, no todos los créditos que debe acumular para sacarse el grado (240 en el caso de la Universitat Politècnica de Catalunya) son tan difíciles de obtener. Esta universidad, por ejemplo, retribuye con 1,5 créditos a los estudiantes que participen en la liguilla de fútbol sala que organiza el campus. O con una cantidad semejante si se asiste a un torneo de pimpón, un curso de iniciación a la escalada o unas clases de ajedrez. Sumando varias de estas actividades se podría llegar a igualar el peso de alguno de los cocos del programa de estudios.

Introducción al budismo, curso de cocina, clases de flamenco, catas de vino, pádel. Todas estas actividades, y otras del estilo, se convalidan por créditos en algunas universidades españolas. Cada centro es responsable de configurar la lista de cursos, conferencias, talleres, deportes y demás actividades que pueden convalidarse por créditos ECTS (sistema europeo de transferencia de créditos, en sus siglas inglesas). Los hay lúdicos, como los anteriores, pero también cuentan asignaturas sesudas.

ASISTENCIA A CURSILLOS

“Con los créditos de libre elección se intenta fomentar que los estudiantes cursen materias que de otro modo no podrían tocar en sus carreras”, explican desde la Universidad Autónoma de Madrid. Un aspirante a ingeniero informático, por ejemplo, puede estudiar una introducción a la filosofía, aunque sea evidente que sus contenidos le vayan a aportar poco en su futura vida laboral. De igual manera, asistir a cursillos sobre Comunicación eficaz o Saber tratar, organizados por la Universidad Complutense de Madrid, aportan dos créditos. En cuanto al deporte, la gran mayoría de centros españoles fomentan los hábitos de vida saludables, entre los que se incluye el ejercicio físico. De ahí que jugar al rugby o al tenis todas las semanas pueda aportar hasta tres créditos por temporada.

El Espacio Europeo de Educación Superior, que ha armonizado las equivalencias de titulaciones en el Viejo Continente, establece que cada crédito ECTS equivale a entre 25 y 30 horas de trabajo, incluyendo las lectivas, el estudio, tutorías, seminarios, trabajos, prácticas, etcétera. Todos los programas de grado contienen una serie de asignaturas troncales y obligatorias que no se pueden evitar de ninguna manera. Sí se puede elegir entre las opcionales, de forma que cada futuro titulado pueda configurar su propia especialidad durante la carrera.

La última categoría de créditos son los de libre elección. Es ahí donde se puede optar, si se quiere, por realizar cursillos, asistir a conferencias, practicar deportes, etcétera. La nueva Ley del Voluntariado del Gobierno, aprobada a finales de enero de este año, contempla también la convalidación de créditos a cambio de la participación de los alumnos en proyectos de voluntariado de las propias universidades.

“Creemos que los créditos de libre elección son importantes porque permiten especializarse o buscar nuevos campos de interés”, apunta Alejandro Delgado, presidente de la Federación de Asociaciones de Estudiantes Progresistas (Faest). Los cursos de idiomas, con equivalencia a títulos oficiales, son algunos de los más demandados. Es frecuente también que los estudiantes opten por cursar asignaturas de carreras próximas temáticamente a la suya, pero que no quedan incluidas en su plan de estudios. “Estamos en contra, eso sí, de que se utilicen los créditos de libre elección como una forma alternativa de financiación de las universidades”, espeta. Él mismo asistió el año pasado a un curso de verano que duró un fin de semana y que le costó “el doble” de lo que suele pagarse por estas actividades. Obtuvo un crédito y medio.

LO POSITIVO ES EL INTERÉS

¿Qué aportan actividades tan variopintas como el piragüismo, el esquí o un curso sobre moldeado en yeso al currículum? Todo lo que se haga no tiene por qué caer en saco roto. Al contrario. “En los perfiles júnior se valora mucho que los aspirantes recién licenciados se hayan movido durante la carrera. Participar en actividades denota interés en asuntos que trascienden los estudios propios, y eso siempre es positivo”, explica Susana Sosa, directora de Servicio de Adecco Professional. “Quien haya asistido a cursos de ajedrez seguramente tenga buenos conocimientos de matemáticas, y si se ha hecho teatro es probable que no se tenga problemas para las presentaciones en público”, ilustra.

La mayoría de estudiantes y exestudiantes consultados que se apuntaron a cursos de temática poco ortodoxa reconocen haberlo hecho para sacarse unos “créditos fáciles”. Es el caso de Joan Priu, de 33 años. En 1999 empezó a estudiar Ingeniería Química en la Universitat Autònoma de Barcelona. Un día vio un cartel en el que se anunciaban cursos de bridge, el juego de cartas preferido por la alta burguesía británica (no es demasiado popular en España). Daban seis créditos y duraba un semestre. Ya había probado con el ajedrez y lo pasó bien, así que se apuntó. En cada sesión el profesor les daba una hora de teoría y la siguiente media hora la pasaban jugando. Le gustó. Tres años después cursó la segunda parte, Bridge II.

Todavía hoy le faltan tres asignaturas para licenciarse, porque a los 23 años decidió dedicarse profesionalmente al bridge. Priu vive en Girona y se gana bien la vida bajando a Barcelona dos o tres días a la semana para dar clases particulares de este juego de cartas. “Nunca pensé que encontraría mi vocación asistiendo a un curso extracurricular organizado por la universidad”, reconoce. Todo el mundo puede probar suerte con las actividades que más le atraigan. Si no dan con su motivación, por lo menos obtendrán unos cuantos créditos.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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