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Fundó Arco "en plena efervescencia" de España

Los secretos de Juana de Aizpuru sobre el arte

La galerista alterna firmas jóvenes con nombres consagrados y representa a 32 artistas como Jean-Luc Bustamante, Eric Baudelaire o Cristina García Rodero

Juana de Aizpuru en su despacho en la calle Barquillo.
Juana de Aizpuru en su despacho en la calle Barquillo.Pablo Monge
Manuel G. Pascual

La vida de Juana de Aizpuru discurre entre obras de arte. Cuando no está revisando trabajos de artistas noveles en busca de padrino es porque se está ocupando de los 32 que representa (Jean-Luc Bustamante, Eric Baudelaire o Cristina García Rodero son solo algunos de ellos). Tampoco es raro que se encuentre preparando alguna exposición, dando conferencias en universidades o visitando museos. Solo descansa los domingos.

Durante las últimas semanas ha estado absorta en la preparación de su estand en Arco, uno de los mayores de la feria (168 metros cuadrados). Confiesa que disfruta buscando la disposición exacta de las obras en el espacio idóneo. “Cuando una pieza encuentra su sitio, luce y respira de forma muy especial”, apunta Juana de Aizpuru (Valladolid, 1933), dueña de la galería del mismo nombre. En un momento de la entrevista, interrumpe la conversación para examinar la fotocopia de unos manuscritos. “No sirve, la impresión es demasiado oscura. Que lo vuelvan a hacer”, le dice a su asistente, explicando a continuación que se trata de una reproducción del manuscrito original de El capital, de Karl Marx. Sin entrar en detalles, revela que eso forma parte de una de las obras que exhibirá en Arco. “Hoy en día cuesta muchísimo encontrar un buen encuadernador. Es una profesión que se está extinguiendo”, se lamenta.

Si lo dice, será verdad. Porque experiencia no le falta a Juana Domínguez Manso, que ganó su actual apellido al contraer matrimonio con Juan Aizpuru. Considerada una de las grandes valedoras del arte contemporáneo en España, fue la propia Aizpuru quien fundó Arco. Empezó a trabajar en ello hacia 1979, aunque la primera edición de la feria se inauguró en 1982. “Hizo falta una cantidad espantosa de trabajo para crear Arco”, recuerda. Tuvo claro desde el principio que quería que se tratase, ante todo, de un evento cultural. “En aquel momento, España estaba en plena efervescencia en todas las disciplinas, también en el arte. Queríamos abrirnos al mundo, empezar a situar a Madrid en el mundo. Piense que muchos artistas ni siquiera habían visitado el Museo del Prado. Hacer un boicot mental a España era lo normal”, explica.

Aizpuru evoca con nostalgia las primeras ediciones de Arco. “Entonces era muy distinto. Como no había mercado de arte contemporáneo, estaba mucho menos enfocada a la venta. Exponías en la feria sabiendo que no ibas a vender ni una obra”, comenta entre risas. El nivel de los ponentes, sin embargo, era más alto. “Fuimos capaces de atraer a los mejores curadores de la época, una generación que todavía no se ha superado”.

Juana de Aizpuru trabaja en un luminoso despacho en su galería, ubicada en la madrileña calle del Barquillo. El color blanco domina la estancia, a la que se llega tras pasar una sala de exposición. En su mesa no hay ordenador: cuando tiene que enviar algún email se lo dicta a su secretaria y los que recibe los lee en papel.

El espacio de trabajo de Aizpuru es acogedor. No en vano, ahí discurre la mayor parte de su vida, sábados incluidos. Amenudo no se levanta de la mesa ni para comer: el restaurante en el que suele almorzar, el Bogotá, punto de encuentro de los galeristas del barrio, se lo lleva al despacho. No es raro que se quede en la oficina hasta pasada la medianoche. El piso de al lado de la galería es uno de los cuatro almacenes en los que guarda su extenso stock, uno de los más nutridos de España. Nunca ha contado las obras que atesora. “Varios miles, imagino”. Un tesoro imprescindible para el arte español.

El recuerdo de su perro

Lo primero que hace Juana de Aizpuru al recibir a periodista y fotógrafo es disculparse por no quitarse el gorro. “Hoy hacía mucho viento y tenía el pelo fatal. Si no os importa, me lo dejo puesto”, se excusa, sin ocultar su coquetería.

Aunque nació en Valladolid, Madrid ha sido la ciudad en la que se crio doña Juana. Tras casarse con Juan Aizpuru, se trasladó a Sevilla, donde abrió en 1970 la Galería Juana de Aizpuru. Permaneció en la capital hispalense hasta finales de los años setenta, cuando empezó a preparar la primera edición de Arco. La feria se inauguró en 1982 y, un año después, abrió su actual galería de la calle Barquillo, de Madrid.

Aunque nunca se ha desvinculado del sur: en 2002 creó la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla (Biacs). La Junta la nombró hija predilecta de Andalucía en 2011. Entre las distinciones que ha obtenido destaca la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, que le fue concedida en 1997.

Las altas paredes de su despacho están forradas de libros de arte. Solo rompen este orden su escritorio de mármol blanco y una cama de perro. “Era de Teo. Le quería como a un hijo”, cuenta con los ojos humedecidos. El fox terrier murió a los seis años en el veterinario por culpa de una anestesia mal administrada. “Estábamos siempre juntos, en casa y en la galería. Cuando murió tuve que estar en tratamiento psiquiátrico y todo, tuve una depresión horrible”, explica. Han pasado siete años y nunca le han faltado flores al mausoleo de mármol en el que le enterró.

Al terminar la entrevista se cruza con el perro de su hija y corre a abrazarlo. Ya ha recuperado la sonrisa de oreja a oreja.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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