Munich, Ucrania y la impotencia europea
La guerra transcurre invisiblemente. Pero es real. Más de cinco mil muertos. Repuntes de violencia siguen a lapsos de más pasividad. El este de Ucrania se ha instalado en la pesadilla. Definitivamente Europa mira hacia otro lado. Hoy Ucrania es y sigue siendo la última frontera. La frontera postsoviética. Todo se ha precipitado, todo se sucede a velocidad de vértigo, desde hace un año para vergüenza del mundo, de Europa. Nuevamente, tras lo sucedido hace más de dos décadas en los Balcones.
La calle derribó a un régimen, pero solo a un rostro, el rostro de Rusia que vetó enérgicamente todo acercamiento del país vecino y soberano hacia la Unión Europea. Su reacción, desproporcionada, ilegal, ilegítima. Primero, el tacticismo. Luego, lo encubierto. Después, la caída de la máscara. Sentimientos e intereses, cultura y etnia. Rusos, prorrusos, ucranios y tártaros. Tensión y alto voltaje. Flota rusa y gas. Y el puzzle está concluido.
Rusia sabe que la partida se gana por los hechos. La fuerza de los hechos. La audacia de la brutalidad y la irrelevancia de toda ilegalidad internacional. Sabía que nadie haría nada, y lo que es peor, sigue sin hacerlo. Merkel blasona que nada se gana dando armas a Ucrania. Ni Estados Unidos ni una inoperante y tremendamente errática Unión Europea en todo este proceso. El jaque ruso, amén del órdago real y a la vez encubierto apoyando y armando a los separatistas, es evidente.
Nadie quiere la guerra. Pero Ucrania está sola. La impotencia de Obama y de Europa se suceden una y otra vez a través de declaraciones que suenan a pasividad calculada. Las sanciones económicas a Rusia han zarandeado su economía, pero no hasta el punto de subvertir la partida de ajedrez. La partida es algo más que influencias y espacios. Algo más que un estado en realidad binacional y con dos almas. Atrapadas, sin embargo, entre el pasado y la historia. Tablero incendiado. Máxima tensión.
Los hechos se precipitan por momentos. Hechos concluyentes, la diplomacia fáctica, la que gana tiempo y espacio en base al silencio elocuente y la violencia armada. La sensación de vacío y falta de estabilidad está latente a cada instante. Todo puede pasar y todo depende de las reacciones. Kiev no puede hacer nada. Máxime cuando Rusia no respeta la integridad territorial ni las decisiones del propio pueblo ucraniano. Soberanía negada, violada, tergiversada, ninguneada. Violación territorial, soldados armados en otro país y presión a las bases militares ucranianas. Pero nada sucede, nada pasa, porque el mundo ni quiere ni puede hacer nada. Cinismo e hipocresía a partes iguales.
Incertidumbre en las calles, miedo y deriva. Desde hace meses vemos como los soldados rusos propiciaron una escalada prebélica. Lo han ensayado antes. Georgia en 2008. Osetia y Abjasia. Siempre se ha dejado hacer al zar que sueña con restaurar el pasado efímero, el espacio y el tiempo. Frialdad y cálculo. Estrategia y fuerza, bien para sentar las bases del futuro en la península de Crimea y proteger los intereses rusos, bien para recuperar un territorio que en 1954 fue regalado a Ucrania por Rusia dentro de aquel edificio vacuo y totalitario que fue la URSS.
Pero no son los tiempos de Catalina la Grande ni los Romanov. Son los tiempos de Putin que juega y presiona, que amenaza y actúa. Declaraciones diplomáticas, declaraciones de urgencia, medidas y simples. Amenazan con aislamiento a Rusia, pero nada más. Rusia se reserva el derecho de proteger sus intereses sin importarle lo más mínimo los intereses de poblaciones, sociedades y territorios que no son suyos.
Es el juego de la hipocresía pero también de la mezquindad en un tablero más grande que el que se escenifica en el este de Ucrania. Es el juego de la influencia y el pulso regional y a la vez global. Ucrania es la coartada perfecta para escenificar, amagar, tensionar y victimizar. Todos lo saben y quiénes menos importan son los propios ucranianos. ¿Hasta dónde llega la soberanía, la integridad, la libertad de un pueblo, de un Estado? Agresión, fractura, derecho a la defensa, a la inviolabilidad de las fronteras. Piezas separadas de ese puzzle de la legalidad internacional vejado y humillado una y otra vez por todos.
Lavrov el ministro ruso presente en Munich acusa velada y directamente a Europa y a Estados Unidos de tensionar e incendiar el conflicto. Maniobra perfecta de distracción. La inflamación del conflicto no necesita más gasolina ni más mentiras. Merkel y Hollande improvisaron estos días un viaje a Moscú sin que nadie sepa tal vez si ha servido para algo. Munich, caprichos de la historia, vuelve a sentar a viejos protagonistas del pasado. Donde la paz no fue posible una vez y hoy se aboga, setenta y tres años después de aquella conferencia, por preservarla en suelo europeo.
Abel Veiga es profesor de Derecho en Icade.
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