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Jens Weidmann

Un amable de línea dura

HOGUE

Agradable y educado en las formas, Jens Weidmann, presidente del Bundesbank desde 2011, es, en el fondo, un hueso duro de roer. Inflexible en su defensa de las políticas de austeridad, tan queridas también para la canciller alemana Angela Merkel, a cuya sombra ha desarrollado gran parte de su carrera.

Su numantino enroque en la fortaleza de los recortes y el control del déficit le ha llevado a protagonizar sutiles y fuertes encontronazos con el presidente del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi. El último, la oposición frontal de Weidmann a que la institución bancaria lleve a cabo el esperado programa de compra masiva de deuda soberana. Su argumento es sencillo: evitar que los Gobiernos europeos se apoyen en esta herramienta de crédito para relajarse en la aplicación de los imprescindibles ajustes y la indispensable corrección del déficit.

Lo dejó claro en una conferencia a finales de noviembre en Madrid. Habló de “limitaciones legales” a la propuesta de medidas adicionales que unos días antes había sugerido el máximo responsable de la política monetaria europea, y reclamó más intensidad a la hora de llevar a cabo las reformas.

Arregla tus cuentas internas, obtén más dinero del que gastas o gasta menos del que obtienes y luego ya veremos qué otras medidas podemos poner en marcha para continuar creciendo, esa es la divisa de este economista nacido en Solingen –la ciudad del alma de acero, por su famosa producción de cuchillos, navajas y tijeras– en el estado de Renania del Norte-Westfalia (frontera con Bélgica y los Países Bajos) hace 46 años, en abril del ‘68. Lejos de los aires soñadores del famoso mayo parisino.

Parte de su formación intelectual se desarrolló precisamente en la cuna del sueña con lo imposible: París. La capital del país que más se ha opuesto y demorado en la aplicación de las recetas estructurales y antideficitarias que Weidmann cocina y recomienda. Conocida ha sido la disputa franco-germana en este terreno a lo largo de los últimos años, hasta que la llegada de Manuel Valls al cargo de primer ministro de la República gala la ha suavizado en parte.

Después de completar su educación secundaria, en 1987 se marchó a estudiar Económicas a la sureña y caótica Marsella, en la Universidad Paul Cézanne Aix-Marseille III. Luego, continuó su formación en la Universidad Rheinische Friedrich-Wilhelms, de Bonn, e hizo una pasantía en el Banco Central francés en la capital de las luces. En su época de estudiante también paso una temporada en el Banco Central de Ruanda.

La impronta francesa le quedó marcada. “No es un tanque alemán. Se parece más a un alto funcionario francés salido de una de las grandes escuelas de este país”, dijo de él su director de tesis, Manfred Neumann, en una entrevista con Bloomberg. “Sabe lo que quiere, pero puede hacer tratos. Está por un euro fuerte y no va a ceder en eso”, añadió. Un eurohalcón que ha decepcionado a aquellos que esperaban que fuese menos dogmático que su predecesor en el cargo, Axel Weber, quien fue uno de sus mentores académicos.

Delgado, no muy alto, de ojos azules y pelo rubio y lacio, lo que le distingue de Weber es su amabilidad, su mente abierta y su voz suave. Unas maneras muy diferentes a las de su antecesor, que se ganó la reputación de ser una persona colérica y que tenía dificultades para hacer frente a las críticas. Dicen que Weidmann es mucho más humilde, que tiene un astuto sentido del humor y que no se da a sí mismo demasiada importancia.

Tal vez sea fruto de sus muchos años en la sombra antes de tomar las riendas del Buba. Entre 1997 y 1999 estuvo empleado en el Fondo Monetario Internacional, en Washington. De ahí pasó a ocupar el cargo de secretario general del consejo de expertos económicos del Ejecutivo germano. Ahí se ganó fama de ser muy eficiente y organizado y capaz de calmar las tensiones entre los cinco sabios, como se conoce a los miembros de la entidad.

Prueba de su jerárquico y disciplinado carácter germánico es la anécdota que recordaba Enric Juliana en La Vanguardia a finales del octubre pasado. Cuando a Weidmann, que escribe siempre con rotulador verde, le preguntó hace un par de años un periodista andaluz si tenía especial predilección por ese color, este le respondió: “En la Administración alemana tenemos un código en la firma de los documentos. El primer nivel, al que pertenezco, firma con el color verde; el segundo nivel, usa el rojo; el tercer nivel, el negro; y el cuarto, el azul”.

Su último trabajo detrás de las bambalinas fue como representante personal de la Cancillería para los preparativos de las cumbres económicas mundiales del G8 y del G20. La prensa alemana le otorgó el título de superserpa de Angela Merkel. Le ayudaba a escalar en estas escarpadas cumbres. En esta época, en la que se ganó la reputación de ser muy leal a la canciller, tuvo un acceso sin igual a los jefes mundiales y a sus séquitos. Algo que le sirvió de gran ayuda cuando tomó posesión de la presidencia del banco central de Alemania.

Su cercanía con el poder ejecutivo es una de las críticas que más se han repetido y repiten acerca de su labor. Es, además, una de las diferencias con sus antecesores. La otra, la ruptura de la larga tradición de los presidentes anteriores de aparecer poco en los medios de comunicación y de mantener una elevada discreción. Weidmann ha dedicado a lo largo de estos tres años bastante tiempo a exponer abiertamente sus posiciones tanto en Alemania como en el resto de Europa.

Donde más necesita esta exposición, cargada de muestras de un carácter afable y paciencia, es en la periferia europea. Y precisamente es ahí donde el Bundesbank está haciendo esfuerzos últimamente en su estrategia comunicativa. Está en juego contrarrestar la imagen de ogro alemán que no está dispuesto a echar un cable a los otros; de maquinista de una locomotora que solo está ya dispuesta a tirar de su propio vagón.

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