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A solas con el océano

El eterno sueño del navegante

Es un sueño acariciado por navegantes y amantes del mar. Cruzar el charco en un velero es un hito para los aficionados a la vela, sin duda. Surcar las olas atlánticas bajo el sol del trópico, empujados por los vientos alisios, convierte este viaje, de unas 3.000 millas náuticas (5.000 kilómetros), en una experiencia inolvidable, única, para rememorar.

También es un mito. Cristóbal Colón fue el primero en hacer esta travesía. Desde entonces, son muchos los que se aventuran a reproducir su hazaña siguiendo la misma ruta que abrió el almirante en Palos de la Frontera (Huelva), desde donde zarpó el 3 de agosto de 1492, en plena temporada de huracanes. Regresó a España por el Atlántico Norte en invierno, con parada en las islas Azores; igual que en la actualidad. La diferencia es la fecha de partida: el viaje se inicia cuando la temporada de ciclones ha llegado a su fin, no antes del mes de noviembre o principios de diciembre.

La clave es salir con vientos propicios y estabilidad meteorológica. “Técnicamente es una travesía muy sencilla. Si se aborda en el momento correcto, tanto el viento como la corriente son siempre favorables, la temperatura es buena y, en general, no se plantean grandes problemas”, en palabras de un experto navegante, Antonio Doria, con 26 paseos trasatlánticos de ida y vuelta a sus espaldas realizados en los últimos 15 años. En su opinión, la experiencia en navegación no es en absoluto determinante. Quizás se valora más la capacidad de adaptación a un medio, no siempre cómodo, y la aptitud para una convivencia prolongada en un espacio muy reducido.

Es más, la convivencia es el gran reto y la navegación, el auténtico placer. A solas con el océano, navegar es el viaje. Con calma. A una velocidad de seis nudos y medio, entre 13 y 15 km/h. Parece poco, pero el barco no para nunca, recorre 170 millas cada día, unos 300 kilómetros, en una latitud próxima al trópico.

La convivencia es el gran reto; la navegación, el auténtico placer

¿Cuáles son las motivaciones para lanzarse a una aventura que, como mínimo, dura tres semanas, sin posible vuelta atrás, sin escalas, con un horizonte infinito por delante por el que rara vez aparecen otros barcos? ¿Adquirir conocimientos para hacer la travesía en solitario en algún momento; establecer una relación diferente con el mar; buscar una experiencia fuera de lo habitual; un desafío que afrontar, colmar una satisfacción personal, cumplir un sueño…?

Lo cierto es que la agencia de Doria (www.deltayachtcruisers.com) tiene todos los años lista de espera para subir a bordo del Tam Tam, el velero de 14,5 metros de eslora, pequeño pero preparado para navegar muy lejos, con el que realiza el trayecto de Canarias al Caribe (Martinica), y la vuelta, con capacidad para siete personas, además de la tripulación. Casi es necesario realizar un casting entre los interesados para formar un grupo de marineros lo más operativo y homogéneo posible. Porque se trata de formar una auténtica tripulación para participar en todos los quehaceres marinos: turnos de guardias, cocina, limpieza, maniobras, pesca… La vida en el mar adquiere su propio ritmo, su rutina.

Ante grandes olas, el tamaño del barco es insignificante

No recuerda ninguna situación de peligro. Pero Nacho Planelles afirma que el mar tiene sus días, oleaje, chubascos… “Y, a veces, te planteas qué haces en medio del océano en un pequeño velero. Ningún barco tiene el tamaño suficiente, cuando las olas son grandes es insignificante”.

Recomienda elegir un patrón experimentado, que haya realizado varias travesías. En su opinión, Antonio Doria reúne esos requisitos: 26 travesías transoceánicas, incluida una por el Índico, de Australia a Sudáfrica, lo acreditan.

Nacho Planelles, monitor de vela, que formó parte de la tripulación del Tam Tam hace algunos años, recuerda las guardias, la meteorología cambiante, animales que aparecen, ballenas, delfines que acompañan al barco durante los atardeceres… “Creemos que en el mar no pasa nada, pero pasan muchas cosas; cada día es diferente. Tu mundo es el barco, no ves otra cosa más que el mar. La relación con los compañeros se convierte en lo más importante, se crean lazos muy fuertes que perduran, y te das cuenta de lo insignificante que puedes llegar a ser en un barco pequeño, en medio del océano, inmenso. Es una experiencia extraordinaria”. En el horizonte espera el Caribe.

¿Y el regreso? Es muy diferente. No se vuelve por la misma ruta ni, generalmente, embarca la misma tripulación. En términos de exigencia física y técnica, es una travesía más complicada.

“Se sale del Caribe hacia el mes de abril casi con rumbo Norte. Hasta bastantes días más tarde no es posible tomar rumbo Este, camino de Europa, pues el anticiclón de las Azores, situado en el centro del Atlántico, obliga a rodearlo. A la ida se bordea por el Sur, por una zona más cálida; a la vuelta, por el Norte, es una travesía fría y de meteorología mucho más imprevisible”, asegura el patrón del Tam Tam. Sin embargo, para los verdaderos navegantes este recorrido implica un mayor desafío, es una gran experiencia para aprender y acumular práctica en la navegación oceánica en todo tipo de condiciones. Tras 15 o 20 días, la llegada a las islas Azores es siempre un gran momento. Allí se dan cita navegantes de todo el mundo.

A la vuelta, la ansiada escala en las islas Azores

Abierto en los años veinte del siglo pasado, el Café Sport, más conocido como El Bar de Peter (en honor a José de Azevedo, hijo del fundador) y famoso por su hospitalidad con los navegantes, es el faro que guía las travesías por el Atlántico Norte hacia Europa. La esperada escala en las islas Azores, donde comparten relatos viejos lobos de mar y navegantes de nueva ola y aventureros. Se encuentra en la ciudad de Horta, en la isla Faial, hoy pálido reflejo de lo que fue, antes de que los balleneros pasaran a formar parte de la leyenda.

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