Cinco claves para la guerra entre Uber y los taxis
Uber, la compañía para compartir coche, tiene un lugar en la economía mundial. El asunto es la forma en que debe desarrollar el plan para conquistar el mundo. En la actualidad funciona según el mismo principio que usó George W. Bush para abordar Oriente Medio: invada primero, pregunte después. Al analizar la saga de Uber, cinco consideraciones claves sobresalen:
Circunstancias específicas por país
Esta ‘app’ funciona según el principio de George W. Bush en Oriente Medio: invada primero, pregunte después
En un país como Estados Unidos, donde el sistema de taxis en las ciudades principales se caracteriza por cacharros sorprendentemente uniformes o anticuados, que desaparecen literalmente cuando empieza a llover, se le puede dar muy buen uso a Uber. Como residente en Washington, donde los taxistas todavía resienten el empleo de tarifas medidas, conozco las principales deficiencias del servicio habitual de taxis, que básicamente equivalen a un enfoque al estilo soviético en términos de diversidad de producto y fiabilidad en el servicio.
Por lo tanto, dada la universalidad de cacharros y mal servicio, la introducción de mejor calidad y coches más modernos, así como de una idea de servicio vastamente mejorada –todo lo cual Uber provee–, son beneficios claros para los consumidores estadounidenses.
Comparemos eso con la situación básica en Alemania, donde Uber está peleando contra la industria de taxis en los tribunales. El servicio de taxis funciona en ese país como un reloj. Y, a diferencia de Estados Unidos, por sus carreteras, básicamente, no circulan cacharros. La mayoría de los proveedores del servicio compran Mercedes (¡nada menos!) para usarlos como taxis, principalmente por una razón de mayor durabilidad. Uno dispone de muchas opciones para satisfacer su gusto cuando viaja en limusina beis (el color de las compañías de taxis) y no una negra.
Por lo tanto, viajar con clase es algo de lo que difícilmente carecen los alemanes. Desde la perspectiva de un consumidor, eso implica una necesidad menos inmediata de Uber, aunque va a encontrar su lugar en el mercado.
¿Orientación libertaria?
El elemento más impresionante de la fórmula de funcionamiento estándar de Uber es argumentar, como regularmente hacen los más altos ejecutivos de la empresa, que no hay leyes que se puedan aplicar a la compañía. ¿Por qué? Es verdaderamente simple: porque –miren– la compañía para compartir coche no estaba inventada todavía cuando se escribieron las leyes y regulaciones importantes para taxis. Ayn Rand tiene que sentir deseos de resucitar por tanta emoción.
Las compañías que argumentan que están sobrenaturalmente por encima de la ley en naciones de todo el mundo son exactamente del tipo exageradamente arrogante que, a estas alturas, el resto del planeta ha llegado a esperar de las empresas estadounidenses. En última instancia, no sirven ni a las principales causas de ellas ni a las de Estados Unidos.
Taxis contra queso: precaución selectiva
Los europeos están dolorosamente al tanto de lo ultraproteccionistas que son las autoridades estadounidenses en relación con los artículos que se introducen, por ejemplo, en la cadena alimenticia de su país. Vale recordar en este contexto la prohibición absoluta a las importaciones de queso sin fermentar de Europa. Esta prohibición se considera parte vital del principio protector, en el sentido de no tomar riesgos innecesarios. A diferencia de Europa, ofrecer tales exquisiteces a los consumidores locales en Estados Unidos está estrictamente prohibido, según el inquebrantable decreto de las autoridades del país.
La compañía encontrará un lugar en el mercado, ya sea en Estados Unidos, Alemania o cualquier otro país
Pero, ¿no es poner en funcionamiento un taxi un asunto tan peligroso como comer un queso exquisito? A como están las cosas, con Uber proyectándose globalmente, es imposible no ver aquí una doble moral en juego.
Economía compartida = economía empresarial
De acuerdo con los apasionados apóstoles de la economía compartida, sería maravilloso promover microempresas. El engaño básico en que se sustenta esta afirmación propagandística en el campo de compartir coches se ha expuesto ya en suficientes artículos periodísticos. Olvidemos que operar un sistema de taxis, para la probable consternación de Uber, se tiene que considerar una etapa muy temprana de la economía compartida.
El negocio de los taxis en Alemania tiene suficiente de emprendedores y pequeña empresa, gracias. Muchos operadores son empresas familiares y por lo tanto representan un caso verdadero de espíritu emprendedor. De esta forma Uber restaría –pero en verdad no agregaría nada– en tal ecuación.
Las leyes nacionales son para inocentes
Eso sí, ninguno de los argumentos presentados anteriormente sirven para entablar un proceso contra Uber. Encontrará un lugar en el mercado, ya sea en Estados Unidos, Alemania u otro país. Pero hay una importante salvaguarda: la observación de iguales derechos (y obligaciones).
Uber tiene que apegarse a las leyes y regulaciones establecidas nacionalmente. La aparente propuesta de que por tratarse de una app es diferente peca de incredulidad. No vivimos en un mundo donde las leyes se hacen esencialmente para ser cumplidas por todos los que no sean estadounidenses, mientras que las firmas del país norteamericano, bien sea por definición o por intervención divina, tienen derecho a funcionar por encima de la ley.
La mayoría de las naciones ha establecido reglas para ofrecer un servicio de taxis. Eso, por cierto, es lógicamente lo que Uber ofrece, sin importar cuánto trate la compañía de alejarse de tal hecho.
Stephan Richter es director y editor jefe de TheGlobalist.com. @theglobalist
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