Responsabilidad social y paro
Es cierto que la RSE ha progresado en nuestro país de modo notable: no hay gran empresa que no tenga ya en su home page una solapa dedicada a la responsabilidad y la sostenibilidad, con códigos éticos, políticas y acciones hacia dentro y hacia afuera de la compañía, y reportes anuales de sostenibilidad; el número de empresas comprometidas con los valores de la sostenibilidad ambiental y social aumenta de año en año; aunque falte mucho por avanzar, los departamentos de RSE en las compañías aprenden a ir acercando los planteamientos de negocio responsable y sostenible al resto de departamentos y unidades de negocio; proliferan las consultoras con una sección dedicada al asesoramiento en RSE; existe un Consejo Estatal de RSE, y este encuentra diversos equivalentes en las comunidades autónomas; un gran número de ONG han entrado en esta área y tienen su propio observatorio, e incluso la patronal y los sindicatos están activos en este terreno; el número de empresas agrupadas en plataformas españolas de RSE, como el Pacto Mundial de Naciones Unidas o el Global Reporting Initiative, son numéricamente de los más importantes a escala mundial.
Y sin embargo, una carencia clara en España, y quizás en otros países desarrollados, es la falta de acciones colectivas lideradas por empresas responsables para dar soluciones a problemas candentes sociales o medioambientales. No me refiero a iniciativas colectivas de códigos internacionales de conducta a escala sectorial, pues estas existen y son muchas, como la Iniciativa de Transparencia en las Industrias Extractivas. Tampoco me refiero a iniciativas internacionales de acción colectiva empresarial, que también existen, como las dirigidas al tema del agua, o del trabajo esclavo, o de la brecha digital, y muchos otros temas.
Me refiero a aquello que vemos en determinados países, donde un grupo de empresas responsables realizan una campaña o una acción colectiva por propia iniciativa, o con ONG uniéndose y tirando del carro social hasta involucrar a los Gobiernos en acciones colectivas para resolver problemas cruciales en el país. Me vienen a la cabeza las campañas anticorrupción encabezadas por empresas responsables en Brasil, en Bulgaria o en Sudáfrica, o las protagonizadas por empresas para la erradicación del trabajo infantil en la India o en diversos países latinoamericanos como Ecuador, Perú o México.
Por supuesto, todos los ejemplos mencionados tienen como escenario un país emergente o en vías de desarrollo. Se dirá que en los países desarrollados no existen temas tan crueles e injustos que susciten esa movilización. Pero, ¿es realmente así?
En mi opinión, el desempleo, en el caso concreto de España, es un tema realmente sangrante y vivido como tal por millones de ciudadanos. Las cifras millonarias de parados de larga duración, el número de familias con ningún miembro trabajando, los 600.000 nuevos ciudadanos que se han acercado este año al trabajo que con millones de ciudadanos ya realizaba Cáritas, o los miles y miles de graduados universitarios que abandonan España para encontrar trabajo fuera están en nuestra retina colectiva como país.
Se me podrá decir que el problema, aunque lacerante y vergonzoso, tiene una naturaleza temporal: que volveremos a crear empleo y que el problema bajará poco a poco en la escala de preocupaciones prioritarias de los españoles según las refleja el CIS.
Pero hay razones más de fondo que hacen pensar que llegar a una situación de pleno empleo de facto va a ser tarea de titanes.
Cuando crezcamos como es debido, quizás en cuatro o cinco años, la digitalización de la economía tomará mayor impulso, y seguirá expulsando constantemente trabajadores al paro: y no solamente a trabajadores sin cualificación, sino a todo aquel profesional cuya tarea pueda ser rutinizable. Estamos ante una auténtica revolución del trabajo humano, donde sectores enteros van adelgazándose, y paradójicamente, cuanto más crezcamos, más clara se verá la tendencia. Por ello han surgido en nuestras sociedades, y también en la española, nuevos fenómenos como el del emprendimiento. Los emprendedores, que imaginan nuevas empresas con los productos y servicios más insospechados (desde la semántica digital hasta el reconocimiento personal por huella digital), son una de las grandes esperanzas en la época que hemos comenzado a vivir. No es palabrería decir que, hoy, apoyar el emprendimiento es apoyar el empleo del futuro. ¿Podrían las empresas responsables liderar en conjunto nuevas soluciones al desempleo? Al fin y al cabo, a través de sus propias acciones, si estas fueran coordinadas, tienen una gran capacidad. Además, a través de sus cadenas de aprovisionamiento llegan a una parte muy importante de todo el tejido de pymes en nuestro país.
Existen ya ejemplos encomiables, algunas grandes empresas que mediante campañas de formación y apoyo están generando empleo. O los esfuerzos realizados por otras grandes empresas creando a su vera un entorno de emprendedores están también ahí. Pero todas estas acciones son individuales, descoordinadas y, por ello, con un impacto limitado frente a la envergadura del problema.
Vivimos tiempos nuevos, y el concepto de RSE, de la responsabilidad social de la empresa, tiene que evolucionar con los tiempos que nos toca vivir. El amanecer después de la crisis nos va dibujando sociedades polarizadas con una creciente disparidad de rentas entre los triunfadores en la sociedad digital y globalizada y la mayoría de los ciudadanos. En tiempos de creciente desigualdad, las empresas responsables deben conectar su RSE con los nuevos problemas de desigualdad, a no ser que prefieran quedarse como bellas durmientes cumpliendo con su responsabilidad en su entorno directo, pero no mirando a la realidad social general que las rodea.
Esta necesidad de acción colectiva, además, se va a ir convirtiendo en más patente. El año que viene tomará forma la nueva utopía realizable, se lanzarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como objetivos universalmente aceptados para alcanzar en 2030 una situación en la que la humanidad sea mucho más sostenible e incluyente. Y para cumplir dichos objetivos globales, cada país realizará su propio ejercicio con el fin de definir la agenda de objetivos a lograr a escala país. Pero sin un nivel mucho mayor de acción colectiva de las empresas, con la sociedad civil y los Gobiernos, simplemente todo ello no será sino papel mojado e ilusiones imposibles de cumplir.
Manuel Escudero es Director del Centro Global de Negocios Sostenibles. Deusto Business School.