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Columna
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El fin del desorden ordenado

Miles de manifestantes salieron a las calles de Hong Kong ayer pidiendo una reforma política y sufragio universal, y muchos seguirán hoy. Los mercados están abiertos, y el sector financiero no ha recibido ningún golpe directo, pero lo que comenzó como un acto minuciosamente planeado de desobediencia civil ahora corre el riesgo de crecer hasta convertirse en algo más volátil e impredecible, con consecuencias perjudiciales a largo plazo para la ciudad.

El movimiento Occupy central se ha estado forjando durante más de un año, pero su comienzo cogió a todas las partes por sorpresa. Las protestas comenzaron tres días antes de lo previsto después de que los estudiantes trataran de irrumpir en edificios gubernamentales. La policía antidisturbios utilizó gases lacrimógenos y gas pimienta en las zonas de negocios. El programa también ha tomado un giro inesperado. Donde los organizadores originalmente querían un debate más profundo sobre las reformas políticas para las elecciones de 2017, estudiantes y líderes de la protesta piden ahora que el líder político de Hong Kong, Leung Chun-ying, dimita.

La lección es que incluso en sociedades ordenadas, la inquietud es difícil de predecir o contener. La fragmentación hace que los disturbios sean más difíciles de controlar. Es preocupante que miles de personas hicieran caso omiso a las llamadas de los organizadores para irse a casa. Si el gobierno respondiera con mano dura solo conseguiría que gente que en otras circunstancias estaría indecisa, se uniera.

Aunque las cosas podrían empeorar, Hong Kong todavía parece más estable que muchos lugares de Asia. En la China continental, tales protestas habrían sido aplastadas con mucha más dureza. Occupy Central podría desafiar como mínimo la noción de que las cómodas clases medias no están interesadas en participar en disturbios desordenados. Los inversores de la ciudad tendrán que poner precio a una nueva etapa de volatilidad.

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