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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aterciopeladas cuentas de hierro para 2015

El Gobierno aprobó el viernes el proyecto de Presupuestos de 2015, que es el cuarto de la legislatura, pero no el último. Esta circunstancia no es baladí, pues permite al Ejecutivo mantener todavía el próximo ejercicio unas cuentas de rigor y contar con el margen de unas ulteriores más expansivas, las de 2016, para mostrarlas como tarjeta de visita en las elecciones generales que, si no hay movimiento del calendario, se celebrarán en el otoño del próximo año. Lógicamente, el electorado valorará cuatro años de gestión, y en términos de desempeño económico pueden considerarse muy satisfactorios, pero corre por las venas de los políticos el deseo de mostrar la mayor capacidad de gasto como arma de seducción cuando llegan los comicios, y los que ahora están en el Gobierno no son de una condición diferente al resto.

Las cuentas de 2015 llegan catalogadas por sus autores como “las de la consolidación de la recuperación y del empleo”, tras haber presidido las de 2014 la vuelta al crecimiento; las de 2013, las reformas intensas de los mercados; y las de 2012, el severo ajuste del gasto para recuperar la credibilidad, para que “España dejase de ser un problema en el mundo”. El propio escenario económico en el que se desenvuelven es desconocido desde que comenzó la crisis, con estimaciones de crecimiento crecientes, con valores positivos en la demanda de consumo y de inversión, con un ritmo de avance del empleo de 1.000 ocupados diarios y con un coste de colocación de la deuda inferior al 3%.

Tal comportamiento permitirá una reducción sostenida del déficit fiscal, que podría recalar por debajo del 3% de nuevo en 2016, casi diez años antes de haber abandonado el virtuosismo presupuestario, y un saldo por cuenta corriente positivo por tercer año consecutivo, con una reducción recurrente ya de la deuda con el resto del mundo.

Pero al cuadro macro se limitan las alegrías, dado que el diferencial de crecimiento con la UE se agranda, seguramente proque España ha hecho con rigor lo que ahora se reclama a Francia o Italia. Seguramente porque el presupuesto empieza a comportanrse como aquello que nunca debió dejar de ser: un mero acompañante de la actividad económica del que los agentes económicos no deben esperar nada, pero del que deben exigir que no les quite.

Las cuentas en sí son de rigor puro; atemperado tras la dureza de años pasados, pero de severidad en el control del gasto, incluido el de carácter social, amparado el Gobierno en el capote del estancamiento de la inflación. Crece el gasto en inversión un 6%, por vez primera en varios ejercicios, y avanza levemente el esfuerzo en educación o I+D; pero el gasto general cae un 3,2% y un 5,1% el de los ministerios. El descenso de la partida de desempleo es intensa por la mejora esperada del empleo, pero no hay ni una concesión en salarios de funcionarios (0% nominal), aunque mejora la reposición de bajas, ni en pensiones (0,25%, mínimo exigido por la ley). El gasto público, por tanto, bajo llave, y los ingresos tributarios, pese al alivio individualizado en el IRPF, registrarán un avance del 5,4%, lo que supone un incremento de la presión fiscal agregada, dado que el PIB nominal apenas avanzará un 2,7%, la mitad.

Se trata de unas cuentas, ideológicamente consideradas, aterciopeladas pero rigurosas, sin concesiones que puedan torcer el ritmo que la economía ha tomado desde hace un año. Ni una broma con el control del déficit, pero un pequeño riego de la inversión pública para acompañar el movimiento de la demanda interna. Un presupuesto neutro, pero ligeramente introvertido; que deja la recuperación de la economía en la actividad privada y emite señales de que no tendrá un comportamiento invasivo en años venideros, una vez que la estabilidad fiscal está reestablecida.

La política económica activa, por tanto, deberá estar fuera del presupuesto, porque si Europa vuelve al estancamiento, con un coste de décimas para España, pero coste a fin de cuentas, el país no puede vivir mucho tiempo en el confort del 2% de crecimiento si no agita la coctelera reformista. De no hacerlo, la actividad no superará la languidez de los números actuales, y no estaría de más buscar avances potenciales superiores para movilizar el empleo, una variable resistente a subir y que saldará la legislatura todavía con cinco millones de desocupados.

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