¿Qué se siente al volante de un Ferrari?
Le advierten a uno de que conducir un Ferrari es distinto a manejar cualquier otro coche. De que su motor deja en ridículo incluso al resto de superdeportivos. Y, pese a ello, la experiencia supera todas las expectativas. Ponerse al volante de un Ferrari es como tratar de domar un toro salvaje. Al menos si se le hace rodar en un circuito (en este caso, el del Jarama, en Madrid). Unas pocas vueltas a la pista sirven para comprender, también, que pasear una de estas bestias por la ciudad es un desperdicio equiparable a montar un pura sangre en el balcón de casa.
Desde fuera, el rugido del motor puede resultar ensordecedor. A los mandos del coche el sonido es embriagador y la conducción, sorprendentemente limpia para la velocidad que se alcanza (los dos modelos probados se pusieron en recta a 250 km/h sin forzar la máquina). Nada de zozobras pese a la velocidad. El volante, tan fino como si el bólido se arrastrase como un caracol. Y el cambio de marchas, de levas integradas en el volante, facilitando las maniobras: embraga automáticamente y se puede cambiar acelerando y frenando. Igual que los Fórmula 1.
Tanto el F 430 GTSChallenge como el F 458 Italia, las dos bellezas examinadas por cortesía de la empresa Fórmula GT, parecen estar tratando de contener una energía que se puede desatar en cualquier momento. Basta con pisar el pedal para que salga a relucir toda su fuerza, más brutal todavía en el caso del F 430, modelo diseñado directamente para la competición. El F 458 Italia es más sedoso, tanto en sus líneas como en su manejo (pese a desarrollar 570 caballos de potencia). Una sensación distinta, por ejemplo, a la del Lamborghini Gallardo, que ofrece una conducción más progresiva y estable (su tracción 4x4 doma sus 510 caballos). Una vez se ha probado un Ferrari, todas las comparaciones son odiosas.
El F 458 Italia cuesta unos 250.000 euros; el F 430 GTS, en torno a 200.000. También puede conducirlos en circuito entrando en www.formulagt.es