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Tribuna
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Penúltimo acto de servicio a España

No puede negarse que la abdicación del jefe de Estado ha causado sorpresa, pero no preocupación. Sorpresa porque a pesar de dimes y diretes, nadie la esperaba, o no en este momento habida cuenta de la agenda del propio Monarca en las últimas semanas y sobre todo en un momento donde la percepción y la valoración estaban creciendo. Pasado el año horribilis, Su Majestad el Rey podía perfectamente continuar asumiendo la Jefatura del Estado, donde su carisma, su prestigio y personalidad seguían y siguen contando con el reconocimiento de muchos. Y no causa preocupación porque la línea y la continuidad sucesoria se hará sin sobresalto alguno, con un heredero preparado y que ha ido en los últimos años asumiendo un papel y protagonismo que no funciones, creciente a la par que satisfactorio. Penúltimo gran servicio a España porque con esta abdicación el futuro y nuevo Rey tendrá al mayor y mejor de sus consejeros próximo.

Se cierra una etapa que el tiempo ya ha redimensionado en su verdadero valor y alcance. La figura del rey Juan Carlos ha entrado en la historia de este país y lo ha hecho para escribir, de la mano suya y de su generación, una de las páginas más hermosas de este país cansino y somnoliento en el enfrentamiento y los bandos, la página de la reconciliación entre españoles. Esculpida con el esfuerzo, la inteligencia y la audacia, pero sobre todo, la inmensa generosidad de los españoles cuyo barco fue dirigido por el Rey y Adolfo Suárez así como una generación de españoles venidos de antes, llegados en ese momento que pensaron primero en España y actuaron después pensando en España. Con este paso a un segundo plano, no sólo se da paso a una nueva generación, que con tanto énfasis remarcó el Monarca en su mensaje a los españoles, sino que se abre un nuevo ciclo o cambio. Una nueva época con menores dificultades sin duda, aunque distintas, de las que vivió Juan Carlos I a partir de aquél 22 de noviembre de 1975 siendo proclamado Rey ante unas cortes franquistas. De aquella España a esta ha pasado un reinado mayúsculo, que las últimas sombras, conatos de sombra personales, no emponzoñan siquiera un ápice. Conviene no perder la perspectiva. Es posible que la democracia llegaría de todas maneras a la muerte del dictador, pero también es cierto que no lo haría de modo tan ejemplar ni aceptado como se hizo con un tutor y garante tan decidido como Juan Carlos de Borbón. Sabía de donde venía y sabía perfectamente a donde no quiere volver ni estar. A buen seguro que hace sólo dos meses, con el rostro sereno pero emocionado y lleno de vivencias y memorias, lo pensó mirando con respeto y recuerdo el ataúd de Adolfo Suárez. Reinó durante 39 años. Y como él definió a Su Majestad la Reina en una ocasión, con una gran profesional a su lado. Reinó pero no borboneó ni gobernó, por mucho que algunos a veces recurran o traten de hacerlo a aquella expresión de tanta raigambre en monarquías pretéritas.

No lo tuvo fácil Juan Carlos I, ni siendo Rey, ni antes Príncipe de España, ni aun siendo niño cuando vino desde Estoril a Madrid. Nadie le ha regalado nada. Para la historia dos momentos. La sucesión de Franco –la ley– en julio de 1969 y el taconazo del Conde de Barcelona el 14 de mayo de 1977. Aquello fue un desgarro en el alma como hijo que se fundiría en un respeto y admiración eterna entre padre e hijo a partir del segundo momento.

“Una nueva generación reclama el papel protagonista, el mismo que correspondió a la generación a la que yo pertenezco. Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven”. Así reza el comunicado donde se anuncia este penúltimo acto de servicio. La maquinaria jurídica y constitucional se pone en marcha. Sin sorpresa ni traumas. Porque así es y debe ser la ley y la normalidad tanto democrática como sucesoria, máxime, si además el Rey no ha fallecido. Con 76 años, en el otoño de su vida y con la salud erosionada, no cabe más balance que la satisfacción del deber cumplido y la gratitud de todo un pueblo. Por lo que hizo, por lo que significó y por lo que significa. Se podrá ser monárquico o no. Y como alguien dijo, no hay monárquicos, sino juancarlistas. Se ha sabido ganar el afecto de todos por dos cualidades, la cercanía y la amabilidad, también llamada campechanía. En unos días se abre una nueva página en la historia y en el presente de la monarquía. Ahora se cierra otra. Esta vez con un balance en letras positivas y con el aplauso generalizado.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil de Icade.

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