Liderazgo alemán en Europa
El gigante económico tiene la obligación de serlo también político. De liderar, de tomar sin ambages un timón y una gobernanza que escora y divide a los europeos. Es la hora de la firmeza, del liderazgo, de la decisión, de espolear la conciencia timorata de Europa, perdida en sus angostas discusiones y ensoñadas utopías. Sin complejos, sin miedos, sin constricciones de pasados que solo son eso, pasados.
En unos días, Europa acude a las urnas. Uno tras otro, los países comunitarios elegirán a sus eurodiputados, con más o menos entusiasmo europeísta. Creer en Europa ha de ser, debe ser, algo más que mero voluntarismo. Tiempos de tribulaciones, tiempos donde muchos recelan, dudan, incluso rechazan una Europa abierta, tolerante, plural. Saber qué Europa queremos y cómo la queremos requiere, más allá de convicción y firmeza, liderazgo. Y liderar necesita voluntad, tesón, coraje y fuerza para hacerlo. Máxime en un momento de enorme debilidad de Europa como actor internacional y potencia avejentada interesadamente por otros.
Ángela Merkel ha sabido como pocos llegar al corazón y la razón de los alemanes. Hace apenas ocho meses ganó sus terceras elecciones, y hace cinco formó un nuevo Gobierno de gran coalición –algo que algunos insinúan con más o menos vehemencia y otros rechazan sin ambages en este solar patrio tantas veces desvencijado por nosotros mismos ante la incertidumbre de que acaecerá o no en apenas año y medio en las elecciones generales–, y lo ha hecho llevando a la CDU prácticamente al éxtasis. A los tiempos de Adenauer, más lejanos, pero de construcción de una nueva Alemania. Lo ha hecho también emulando a su padre político y valedor de otrora, Helmut Kohl. Hoy, más distanciados, sin embargo.
Merkel, además de política, es líder. Así lo han visto los alemanes, que mayoritariamente le han dado un respaldo casi arrollador, a unas décimas de la mayoría absoluta, algo extraño en el país , acostumbrado al pacto y la gran coalición. Visión de la realidad como pocos, radiografía fidedigna. Y una sencillez de gestión con un rumbo decidido, claro y nada titubeante. Los alemanes han aplaudido la firmeza, el rigor, la austeridad y el bagaje de la Bundeskanzlerin. Austeridad y medicina que diagnosticó para Europa.
Nadie en Europa puede discutir su liderazgo. Ahora más que nunca. Aunque esta sea quizás su última legislatura. Gustarán más o menos sus decisiones, pensadas sin duda en clave alemana. Lo que es bueno para Alemania debe y ha de serlo para Europa. Ese es el mimetismo, el magnetismo de una política que concibe centrípetamente el poder y el juego electoral. Exige que la solución no es hoy más Europa, sino más austeridad, más rigor presupuestario, más control y más seriedad. No se ha cansado de repetirlo en los últimos años. Sobre todo a esa Europa del Sur más zigzagueante y al borde del abismo. Sus recetas se han aceptado, a regañadientes, pero se han aceptado, a pesar de la diversidad y menor simpatía con Barroso. Europa sigue el paso alemán.
Ahora bien, ¿está Alemania preparada para aceptar un liderazgo que de facto ejerce pero no de iure en Europa?, ¿qué miedos constriñen pasos y decisiones para no hacerlo, pese al discurso del presidente Joachim Gauck en enero pasado aseverando que Alemania debe estar dispuesta a cruzar ese umbral? Es el gran desafío de Alemania, más allá del éxito de su segunda coalición, su Grosskoalition del 17 de diciembre pasado.
Pragmatismo y eficiencia. Discurso álgido y sencillo. Convicción y acción. Rigor y seriedad. No hay más milagro. Y esto lo han entendido tanto alemanes como europeos. Por ello, ante la zozobra, ante la incertidumbre, ante el recelo y el miedo, todos los ojos, europeos y alemanes, miran hacia la canciller. Los nubarrones siguen ahí. Pero la líder alemana no los rodeará, los atravesará con sus recetas y sus imposiciones al resto, y ante una timorata Comisión Europea y unos titubeantes líderes que no lo son. La partitura es clara. Y la música será la que será. Con el guion trazado, con la receta clara y con la imposición del diagnóstico, solo es cuestión de tiempo que la enfermedad remita. Y de nuevo una coalición donde el SPD aprendió las lecciones de la primera con Merkel y donde se tardaron dos meses en cerrar la misma, sus flancos, sus puntos fuertes y ejes cardinales.
Merkel es la única líder europea capaz de exigir responsabilidad al resto de políticos. Lo ha hecho. Pero ¿puede hacerlo igualmente en Europa?, no solo debe, o debería, tiene que hacerlo en un momento donde el espejo de Ucrania muestra la imagen real y no distorsionada de una Europa convulsa y embarazada de sus propios intereses personales hacia Rusia.
Abel Veiga es profesor de Derecho mercantil de Icade.