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Columna
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Mística monetaria

La transparencia completa no siempre es lo mejor. En la banca central, como en la gestión, la diplomacia o el matrimonio, un poco de discreción puede ser más útil que una apertura total. El Banco de Inglaterra tiene un buen ejemplo en la destrucción de las grabaciones de las reuniones de su Comité de Política Monetaria, que fija los tipos de interés oficial.

Esa práctica, que fue objeto de análisis esta semana, hace que el Banco de Inglaterra parezca opaco respecto a la Reserva Federal de Estados Unidos, que recientemente publicó el texto completo de todas sus deliberaciones en 2008. Es una ironía dramática, porque los miembros de la Fed se preocuparon por la inflación, pero se perdieron la crisis financiera que se avecinaba. Los historiadores estudiarán minuciosamente el nuevo material, pero los puntos más destacados eran ya bien conocidos, gracias a los discursos y declaraciones de la Fed publicados anteriormente. Las transcripciones, simplemente, llenan algunos espacios en blanco.

Aparte de los historiadores, algunos grupos podrían beneficiarse de la publicación de las cintas del Banco de Inglaterra. Pero para el resto del mundo, lo que importa es el flujo de fondos, no el flujo de palabras. La publicidad podría, sin embargo, traer problemas. Los beneficios para los operadores a corto plazo llegarían a expensas de los inversores extranjeros. Además, el libre flujo del debate se ve inevitablemente afectado, incluso si la publicación de la transcripción se retrasa. Por eso los embajadores se horrorizaron cuando Wikileaks dio a conocer un alijo de cables diplomáticos estadounidenses.

El mayor riesgo es que el exceso de información puede reducir la confianza en el poder de las autoridades monetarias. Cuando llegue una crisis, la sensación de que todos los bancos centrales son muy falibles hará más probable que se desate el pánico.

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