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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El empleo en las dos Europas

Los severos efectos que la crisis económica ha dejado sobre Europa no pueden analizarse de un modo global y homogéneo. Tras los peores momentos de la tormenta de deuda soberana, durante los cuales se desataron los rumores sobre una posible ruptura del euro, el Viejo Continente ha ido recuperando el pulso y la estabilidad, pero lo ha hecho a un ritmo y de un modo muy desigual. Así, la imagen de una Europa con dos velocidades se ha convertido en una realidad, especialmente en el terreno del empleo. Mientras las economías manufactureras han salido reforzadas de la prueba –con un aumento importante del número de ocupados– la denominada Europa periférica ha visto resquebrajarse su mercado de trabajo a un ritmo exponencial. Las cifras hablan por sí solas. Alemania ha aumentado en un 9,5% el número de ocupados en los últimos cinco años frente a la evolución de un país como Grecia, que ha perdido más de un millón y ha sufrido un descenso del 22%. A Atenas le sigue España, que ha perdido algo más del 17% de sus ocupados; Portugal e Irlanda, con un 12% y un 11%, respectivamente, y Francia e Italia, con algo más de un 8% y casi un 5%. Las consecuencias de ese desplome explican en buena medida el desequilibrio en las cuentas públicas de estos países. El enorme esfuerzo en gasto social que han debido asumir esas economías como consecuencia del crecimiento del desempleo ha agravado considerablemente sus desequilibrios internos, ayudado también por el desplome de las cotizaciones y del consumo interno.

Pese a todo, la diferencia entre ambas Europas no es fruto de la casualidad. Durante los años de mayor bonanza, la mayor parte de las economías europeas no supieron poner freno al crecimiento de los precios y los costes salariales, una tarea que sí realizó Alemania. El modelo alemán funcionaba entonces y sigue funcionando ahora bajo una doble premisa: producir más y mejor y hacerlo con los precios bajo control. No en vano, hace más de una década que Berlín realizó su propia, severa y profunda reforma laboral, en el marco de una revisión global de la política económica del país que preparó al gigante alemán para el futuro y le permitió afrontar la crisis económica con una fortaleza que sus vecinos no tuvieron. Los resultados de ese esfuerzo son evidentes y constituyen un recordatorio de la necesidad de depurar los modelos económicos con reformas estructurales que aumenten su eficiencia y sostenibilidad. España, como otras economías que han sido duramente golpeadas por la crisis, ha debido afrontar ese difícil ejercicio, que todavía no ha llegado a su fin y que es necesario completar cuanto antes. El milagro alemán es el mejor ejemplo de que el esfuerzo, aunque duro, siempre da frutos.

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