Por Europa y las libertades
Se aproximan las elecciones al Parlamento Europeo y el envite es de primera magnitud. Por todas partes se siente la crecida de los populismos xenófobos lo mismo en países como Francia, que ha sido tierra de asilo desde la revolución, en democracias tan consolidadas del estilo de Países Bajos o el Reino Unido, o en naciones escarmentadas del totalitarismo, que recuperaron las libertades tras el colapso de la Unión Soviética como Hungría, Eslovaquia, Chequia o Polonia. Se presiente el desastre que resultaría de las urnas de mediados de mayo si los escaños quedaran en poder semejante tropa de sarracenos, euroescépticos contrarios a los valores que vertebran la UE.
El peligro se aproxima pero su percepción todavía es muy difusa y se echa en falta una reacción proporcionada que convoque a cerrar el paso a la barbarie. El primer ministro de Italia, Enrico Letta, ha convocado a los periodistas para declararse contrario y presentar batalla a los patrocinadores del desastre de la renacionalización sobre parámetros cainitas; los partidos que hicieron posible el nacimiento de la UE, empezando por los democristianos y los socialdemócratas; o si se prefiere, los capitalistas de rostro humano y educación en la doctrina social de la Iglesia, de un lado, y los marxistas descoloridos, de otro, se dirían concordes en mirar extramuros para dejarse seducir por los extremos simplistas.
La UE, horizonte de nuestras ambiciones cívicas, ancla soñada para garantía de nuestros mejores propósitos, referencia de la solidaridad y de la cohesión social, base de la racionalidad proporcionada, que deposita sus esperanzas en un parlamento colectivo y una opinión pública europea. Donde como escribió Jürgen Habermas no puede haber democracia a menos que se cree una esfera pública paneuropea en el ámbito de la cultura política común: una sociedad civil con asociaciones de interés, organizaciones no gubernamentales, movimientos ciudadanos, sistema de partidos y medios de comunicación adaptados al ruedo europeo. Porque sucede que funcionan con la camiseta de la UE los dirigentes de la industria química o del acero pero ni los partidos políticos ni los medios de comunicación lo hacen.
El Parlamento Europeo ofrece buena prueba de en qué medida prevalecen las banderas nacionales a los alineamientos ideológicos o partidarios y en cuanto a los medios de comunicación, la indigencia de la UE es todavía mayor y genera peores consecuencias. De manera que la inexistencia de medios que puedan llamarse europeos arrastra la carencia de una opinión pública europea y la fragmentación acorde con los países socios deja al proyecto común en el desamparo. Estos asuntos componen el volumen que ha recibido el premio europeo de ensayo escrito por Luuk van Middelaar con el título de El paso hacia Europa y publicado en versión española por la editorial Galaxia Gutenberg.
El autor pertenece a las generaciones que se han formado en los mejores centros y que viven la noble pasión por la política. Luuk van Middelaar está en el gabinete del presidente del Consejo Europeo Hermann van Rompuy y es su speechwriter preferido. El libro que nos ofrece deja prueba agradable pero indeleble de sus lecturas en el ámbito de la cultura clásica y de la filosofía. Unas condiciones que le permiten el análisis lúcido de la situación. Vale la pena acompañarle en su galopada histórica para repasar la trayectoria de la UE. En esa compañía podemos recuperar la idea de que el ser humano es un animal en el tiempo aunque a veces nos gustaría vivir el momento, sin noción del ayer, ni del hoy o del mañana y atender a los temores de Nietzsche para quien el exceso de conciencia histórica amenaza con la desaparición de todo afán de actuar en el torrente de un devenir que fluye continuamente como la información en los medios digitales.
Concluye Luuk van Middelaar que la actual crisis financiera supone una nueva prueba de fuego para el principio de certeza afianzado en el tratado fundacional de la UE y señala que en estos tiempos de tribulación más que un ancla conviene disponer de una brújula. Ayer la manejó en la Fundación Carlos de Amberes, que quiere acogerle como patrono, donde presentó su libro en conversación con Josep Ramoneda. Allí quedó claro que la esperanza de salvación cede lugar a un anhelo mucho más fundamental: el de encarar el futuro no en soledad, sino de forma conjunta. Veremos.
Miguel Ángel Aguilar es periodista