España teme que la zona euro se resigne a vivir a medio gas
Fatiga es la palabra de moda en Europa después de cinco años de crisis que han dejado a muchos países sin resuello. El término, sin embargo, se utiliza con distintas connotaciones, según desde qué lado del abismo se pronuncie.
En Berlín, Fráncfort o Bruselas, la temida fatiga alude al hartazgo de las opiniones públicas de los países del sur que están aplicando una agenda de ajustes y reformas cuyos frutos no acaban de cosecharse. Esas capitales del norte perciben con pavor el riesgo de que alguno de esos países rompa la baraja aun a costa de precipitar una crisis todavía mayor.
Desde la periferia, en cambio, se teme mucho más la fatiga de los países que han capeado la crisis sin necesidad de ayuda externa. Y que tras varios años de tensión dentro de la UE, podrían resignarse a mantener un statu quo parecido al actual, con unos socios estables pero moribundos y otros, boyantes en su frágil equilibrio.
Al Gobierno español, como cabe suponer, le preocupa más esa segunda “acepción” de fatiga. Y las fuentes consultadas reconocen su inquietud ante lo que interpretan como un creciente conformismo por parte de las instituciones europeas y de los países llamados a tirar de la economía continental.
La fatiga del norte de Europa tras cinco años de rescates amenaza los planes de impulso
“No podemos permitir que se interprete como normal una tasa de paro del 25% en algunos países de la zona euro o que el acceso al crédito cueste el doble o el triple en unos países que en otros”, advierten fuentes españolas.
Las mismas fuentes lamentan que el Banco Central Europeo, por ejemplo, lleve meses expresando su preocupación por la fragmentación del mercado de crédito en la zona euro, pero sin tomar ninguna medida concreta para atajarlo. “¿De qué nos sirven las bajadas de tipos si las pequeñas y medianas empresas españolas se financian al 8% o al 9%, si es que logran que les concedan un crédito”, protestan fuentes próximas al ejecutivo de Mariano Rajoy.
El BCE intenta minimizar el problema y atribuye las dificultades de acceso al crédito a las necesidades de desapalancamiento de las economías más vulnerables, al tiempo que asegura que la financiación está llegando a las empresas viables. Pero sus propios datos indicaban la semana pasada que las entidades financieras rechazan en España una de cada dos peticiones de crédito por parte de las pymes, un ratio que es aún peor en Grecia o en Italia.
Por el camino se han quedado, sin apenas resultado, los planes de estímulo al crecimiento lanzados con más alharaca que recursos en 2011 o 2012. El del año pasado, valorado en 120.000 millones de euros, apenas ha surtido efecto. Y una de las medidas estrella, los llamados bonos para proyectos, financiados a través del Banco Europeo de Inversiones, ha despegado con tan mala suerte que la primera inversión aprobada fueron 500 millones de euros para la planta de almacenamiento de gas de Castor, paralizada por temblores de tierra en la costa mediterránea.
Peor aún ha sido el efecto contraproducente de los procesos de consolidación presupuestaria simultáneos en toda la zona euro. Un reciente informe publicado por la CE reconoce que la sincronía “ha exacerbado la recesión en los países vulnerables o con programa”, eufemismo bruselense para los rescates. Y la semana pasada, la CE expediente a Alemania porque sospecha que su dumping salarial y comercial está neutralizando la devaluación interna exigida a los países de la periferia.
La deriva parece ser perjudicial para todos los socios. Pero los distintos Gobiernos disponen cada vez de menos capital político para atreverse a darle la vuelta. Esta misma semana, el Ejecutivo español intentará evitar que Bruselas le imponga una nueva vuelta de tuerca, equivalente a un ajuste de 5.000 millones, en los Presupuestos para 2014.
Del mismo modo, Alemania, Holanda o Finlandia se niegan a llevar a sus Parlamentos la aprobación de una sola partida presupuestaria destinada a rescatar o favorecer el crecimiento de otros socios del euro. La tensión, si no se afianza la recuperación, puede volverse insostenible. Y obligar a la zona euro a funcionar durante muchos años con las pilas medio gastadas y sin posibilidad de cambiarlas.