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Columna
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Leeciones útiles de un Nóbel

Afortunadamente, los economistas no tienen que pensar demasiado sobre la labor que desarrolla la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas. El uso de tales herramientas de destrucción es lo suficientemente rara como para que casi no afecte al PIB. Aún así, la organización que recibió el Premio Nobel de la Paz el viernes puede ofrecer lecciones relevantes para quienes se dedican a la ciencia de la producción y el consumo.

En primer lugar, la existencia de un vigilante demuestra tanto el poder como los límites de la globalización. Una conciencia global sobre el horror de esta forma particular de la guerra llevó a la ratificación casi universal de la Convención sobre Armas Químicas. Sin embargo, no ha sido un éxito. Países como los Estados Unidos y Rusia, por ejemplo, no han cumplido con el compromiso de destruir todas sus armas químicas en el marco del convenio. La globalización no es una marea que barra todo a su paso.

En segundo lugar, el ganador de este Nobel enseña la importancia del Estado. Sería extraño externalizar la destrucción de las armas químicas a una organización del sector privado, precisamente porque los gobiernos se encargan de forma natural de cuestiones sumamente sensibles o controvertidos. Aunque la economía es mucho menos importante que las armas de destrucción masiva, esta es demasiado como para ser dejada enteramente a los mercados.

Por último, no habría necesidad de realizar una supervisión de las armas químicas si la gente se comportase de la manera que los economistas suelen asumir como racionales maximizadores de utilidad. Los deseos económicos pueden promover la paz. Sin embargo, Alfred Nobel estableció sus premios en 1895 en gran parte con fondos derivados de la venta de dinamita. El destinatario de este año es un recordatorio importante de que la prosperidad y la paz no siempre van de la mano.

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