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Tribuna
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¿Qué puede esperar Europa del 22-S?

Aunque del resultado de las elecciones alemanas no se puede esperar, como algunos desearían, un cambio importante en las estrategias económicas con que se está haciendo frente a la crisis en la UE, o sea: en las reformas para la consolidación presupuestaria y para mejorar la competitividad, es posible que se den nuevos impulsos para poner en práctica algunas de las medidas para suplir los graves fallos, que se cometieron al crear la Unión Monetaria (UM) y que la crisis ha puesto de manifiesto. En concreto nos referimos a la falta de una autoridad política, que permitiera una política fiscal y presupuestaria uniforme y la tan deseada unión bancaria.

Estudios recientes, elaborados por expertos alemanes, demuestran claramente que la eurozona no puede seguir tal y como está institucionalmente y que, si el proyecto fracasara, Alemania sería uno de los países más perjudicados puesto que, a pesar de la crisis específica de la eurozona, es decir de la crisis de la deuda soberana que, aunque en parte ha sido provocada por la crisis financiera internacional de los años 2008 y 2009, tiene factores que son exclusivos de la UM.

En los años característicos de la crisis de la deuda, el 2011 y el 2012, Alemania ha sido el primer país que desde la segunda guerra mundial ha podido emitir deuda soberana con intereses negativos y, en este aspecto, es con mucho el principal ganador de la situación del euro, aunque paradójicamente en una encuesta realizada en la mitad de septiembre del 2012, el 65% de los alemanes se confesaran escépticos respecto al euro.

Y si bien es verdad que este positivo desarrollo no se debe exclusivamente a la existencia del euro, el tener una moneda única le ha permitido exportar a la eurozona la mitad del volumen de su mercado exterior. Y esto ha sido posible al contar con países compradores como Grecia, Portugal, Italia y España que, a pesar de estar experimentando una sensible pérdida de su actividad económica, se han podido endeudar recurriendo a los bancos alemanes y franceses. 

La situación descrita representa contradicciones básicas económicas, financieras y de política monetaria en el contexto de la eurozona y mientras que los países perdedores con este mecanismo se quejan de la falta de solidaridad de los ganadores, que condicionan sus ayudas a los compromisos de realizar profundas y dolorosas reformas, los países meridionales, por su parte, tampoco pueden presumir de su solidaridad con los ganadores puesto que han venido engañándoles con sus estadísticas, aparentando una prosperidad en gran parte sustentada en burbujas inconsistentes.

Estos ejemplos muestran la profunda división todavía existente entre los países de la eurozona y el recurso de unos y otros a exigencias centradas en sus propios intereses. Quedan, por tanto, todavía muchas dificultades que superar para armonizar la actividad de 18 países tan distintos en su comportamiento económico y social.

Sería utópico esperar que todo se pueda resolver con los resultados electorales de un país, aunque sea el más poderoso y el más interesado en que el proyecto europeo siga adelante. Lo que sí se puede esperar, cualquiera que sea el ganador, es que, superados los condicionamientos electoralistas, se desbloqueen las medidas básicas que mencionamos al principio porque han de ser las impulsoras de la gran tarea, que todavía tiene por delante la UE.

En cambio, sería ignorar la realidad, pensar que Alemania no ha de seguir intentando que se asimile el modelo de organización económica y social, que se registró, en sus líneas fundamentales, en el Tratado de Maastricht, y que tan buenos resultados ha dado a los países que han tratado de ponerlo en práctica.

Eugenio M. Recio es profesor honorario de ESADE

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