Un mercado laboral más sencillo es más eficiente
La reducción del número de modelos de contrato laboral para dejar en una octava parte los actualmente existentes en España da idea de lo mucho que queda por hacer en el mercado de trabajo, en el que la reforma es solo un primer paso. Un país con 41 modalidades diferentes de contrato, que son las que hoy soportan las empresas y los trabajadores, está condenado a poner en manos de multitud de asesores algo tan sencillo como un contrato entre un empresario y un trabajador con el que, salvarguardando todos los derechos de uno y otro, el primero cree empleo y el segundo salga de las kilométricas listas de paro.
La ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, anuncio ayer en el Congreso que el Gobierno está trabajando para reducir el número de modelos de contrato desde esos 41 a 5: indefinido, temporal, de relevo, de prácticas y de formación y aprendizaje. Se antojan suficientes y una ayuda para crear ese empleo que necesita con urgencia España. Como seguro que se dará algún caso excepcional, este se resolverá fácilmente creando una sexta –y última– figura que incluya esos casos extraordinarios. La simplificación es una vieja demanda del sentido común con la que ha coincidido la CEOE, por la sencilla razón de que, entre la maraña actual, los modelos de contratación que realmente se utilizan en las empresas están en torno a esos cinco. Sin embargo, y pese a la lógica que lleva implícita la medida, los Gobiernos de uno u otro color no la han acometido hasta ahora.
Algunas voces ya se han alzado contra esta simplificación del sistema de contratación. Es comprensible. Porque, igual que ocurre con la complejidad del sistema impositivo español, hay muchas personas que hacen fortuna en la maleza, progresan en la confusión y viven muy bien de la ineficacia de la Administración, un ambiente en el que medran sin esfuerzo.
Son las mismas que están a gusto con el complejo sistema de bonificaciones a la contratación, contenidas en una dispersión normativa que nunca beneficia al trabajador que busca empleo ni al que se lo puede proporcionar, ni siquiera al que intenta el autoempleo. Está previsto que la modificación mantenga los incentivos existentes, pero también y acertadamente que estos se presenten de forma más clara en un texto legal único que ponga fin a la actual espesura, en la que muchos viven como pez en el agua.
La actual fronda de modelos y normativa es un muro, inexplicablemente todavía en pie, que hay que derribar cuanto antes. Y hacerlo con un corpus legal claro, sencillo y eficaz. Según la ministra de Empleo, se hará pronto, porque “los trabajos técnicos ya están muy avanzados y se negociará con los agentes sociales”. Es de esperar que tanto los técnicos como los sindicatos actúen con el único objetivo de facilitar el empleo estable.
La reforma laboral que ha puesto en marcha el Gobierno hace año y medio, con la mejora de la flexibilidad y el aumento de la competitividad como herramientas contra el paro, no está resultando el infierno que pronosticaron los sindicatos, ni el bálsamo de Fierabrás que anunciaba el Ejecutivo. Era de esperar. Báñez reconoció ayer que “sin estar bien, estamos mejor que el año pasado”. Nada que objetar: no estamos bien.
El paro en España sigue por encima de los seis millones de desempleados y, a pesar del empeño de las autoridades en afirmar lo contrario, sobre todo echando mano del sector exterior, no hay a la vista yacimientos de trabajo que sean capaces de acabar con esta lacra. Y eso a pesar de que la economía se encamina por fin a salir de la recesión tras una larga travesía del desierto de dos años, encajada en una crisis que empieza el séptimo.
La ministra, que ha reiterado una batería de datos a favor de la reforma que ella misma ha desarrollado, asegura que esta tendrá efectos positivos en la economía una vez se recupere la “normalidad” y se vuelva al crecimiento. Conforme al sambenito del Gobierno y muchos economistas, este ya no necesitará superar el 2% para generar puestos de trabajo. Bastará, dicen, con la mitad de crecimiento del PIB para crear empleo neto. Claro que para ello hay que, como poco, superar la debilidad de la demanda interna, activar el crédito, reanimar la inversión y, sobre todo, inyectar confianza en las empresas.