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Columna
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El dilema turco

Los líderes europeos se enfrentan a una difícil ecuación en Turquía. Quieren –y deben– comprometerse con Ankara sobre su posible adhesión a la Unión Europea. Saben que interrumpir abruptamente las conversaciones con la esperanza de presionar al primer ministro Tayyip Erdogan, para poner fin a su dura represión de los manifestantes no ayudará a la democratización del país. Pero si Erdogan continúa con sus tácticas, será imposible para Europa continuar con el diálogo.

El camino de Ankara para ingresar en la UE ha sido largo y arduo. Desde que las negociaciones comenzaran formalmente en 2005, Turquía ha completado uno de los capítulos 35 requeridos para ser miembro.

El apoyo a su adhesión había mejorado recientemente y países como Francia y Alemania empezaban a verlo de una manera más favorable.

Los beneficios de estrechar los lazos con Ankara han hecho más evidentes a medida que su economía ha seguido creciendo, lo que contrasta con la caída en Europa. Pero con eso también se ha apagado el entusiasmo público turco por ingresar en el bloque. Sintiendo el cambio en su balance, Erdogan ha advertido a la UE de que “perderá Turquía” si no se concede a Ankara la adhesión en 2023.

Sin embargo, muchos turcos liberales creen que las reformas en el país solo se mantendrán mientras la perspectiva de la adhesión siga abierta. El viaje en sí, dicen, es más importante que el resultado esquivo.

Erdogan debe prestar atención a las advertencias que vienen de Europa. La economía turca sigue siendo vulnerable a los flujos de dinero caliente. El éxito logrado en la última década, que ha apuntalado la popularidad de Erdogan, tiene sus raíces en las reformas que se realizaron como parte de la oferta de la UE.

Si Ankara recrudece la represión de los manifestantes, los países miembros podrían y reevaluar si quieren a Turquía en la UE.

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