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Tribuna
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Impuestos especiales, pero no discriminatorios

Cristóbal Montoro anunciaba el pasado 26 de abril una subida de impuestos especiales, salvo hidrocarburos y “los que más afecten a la hostelería”. Con esta declaración deberíamos pensar que los impuestos sobre alcohol y, más en concreto, los que gravan a las bebidas espirituosas, no subirían. ¿Por qué? Un 77% del consumo de destilados se realiza en hostelería, por lo que una subida lastraría al sector hostelero, que lleva cayendo cinco años.

Sería lógico pensar que las palabras de Montoro tranquilizarían a los destilados, pero poca tranquilidad podemos tener en un sector ya muy debilitado, que arrastra una caída del 40% desde 2008 y cuyas empresas sufren una carga impositiva muy elevada, hasta cuatro veces más que la cerveza. Así, FEBE y la Federación Española de Hostelería estiman que, si la subida impositiva afecta finalmente a las bebidas espirituosas, podrían perderse 35.000 empleos, ¡casi nada!

Y, aunque resulte difícil, desde FEBE queremos ser constructivos y pensar en la necesidad acuciante que tiene el Estado de aumentar ingresos. Para ello hay dos fórmulas: incentivar el consumo o incrementar la recaudación. En la coyuntura actual, una subida de impuestos especiales produciría precisamente el efecto contrario, al contraer aún más el consumo –los datos de la Agencia Tributaria confirman este supuesto–. La recaudación por impuestos especiales en bebidas espirituosas lleva cayendo un lustro. En 2012, se recaudaron 744 millones, muy por debajo de los niveles de 2000, cuando la tasa impositiva era sensiblemente inferior. Por si fuera poco, el descenso en la recaudación se ha multiplicado desde principios de año, evidenciando una caída del 20,7%, según la AEAT. En estas circunstancias, quién no entiende que aumentar la carga impositiva reducirá el consumo y las ventas y se recaudará menos por impuestos especiales, pero también por IVA y por impuesto de sociedades.

Es necesario destacar que una subida solamente a los destilados ahondaría en la tradicional discriminación que sufre el sector. Y es que la estructura del impuesto especial al alcohol y el casi nulo reparto de sus cargas es una losa que venimos arrastrando históricamente frente al resto de bebidas alcohólicas (el vino tiene tipo 0 y la cerveza un tipo superreducido), contribuyendo a lastrar nuestra competitividad y productividad.

Las bebidas destiladas recaudan el 73% de los impuestos especiales al alcohol, con tan solo un 27% del consumo total. La cerveza, sin embargo, recauda solo un 27%, y representa ya el 49% del consumo –no ha parado de subir incluso durante la crisis– y el vino, 0%. Si extrapolamos esta realidad a Europa, vemos que el consumo de destilados representa en la UE un 21% del total de bebidas alcohólicas y supone un 47% de la recaudación por impuestos al alcohol.

Al igual que paga más IVA el producto más caro y más IRPF quien más gana o más impuestos quien más contamina, esto debería aplicarse al que más grados de alcohol vende, en este caso la cerveza.

Las consecuencias de este sistema agotado y caduco originan una discriminación que está cambiando la realidad del mercado: mientras los destilados acumulan pérdidas cercanas al 40%, la cerveza sube y sube por el tipo del que se beneficia, algo que tampoco redunda en las arcas públicas, pues apenas tiene incidencia en la recaudación.

Es el momento de que los que no pagan empiecen a asumir su cuota. Cuando se trata de alcohol, la realidad empírica, médica y científica demuestra que todas las bebidas alcohólicas contienen el mismo tipo de alcohol (etanol). Retomando las palabras de Montoro, “hay margen”, pero en unos más que otros. Hoy en día, la carga fiscal (impuestos especiales e IVA) de los espirituosos es más del doble que la de la cerveza.

Es el momento de plantear un sistema más justo y equitativo. No olvidemos que las bebidas con contenido alcohólico son bienes sustitutivos y que, por tanto, cerveza, vino y espirituosos compiten entre sí. Si continuamos con un sistema tributario tan discriminatorio seguiremos beneficiando a determinadas empresas, mientras que los perjudicados seguiremos siendo los mismos. No es solo una cuestión de defensa de los intereses de un sector, es una cuestión de equidad, de lógica, de justicia para poder competir en igualdad y evitar que un sector tan tradicional, como son los destilados, se vea obligado a echar el cierre.

Bosco Torremocha es director ejecutivo de FEBE

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