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Tribuna
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Transferencia tecnológica en Israel

Muchos desarrollos tecnológicos se alimentan de innovaciones científicas que provienen del mundo académico. La transferencia de descubrimientos e ideas hacia el sector privado es esencial para la competitividad de la industria y, por lo tanto, para el desarrollo sostenible y efectivo de un territorio.

Israel hace tiempo que lo sabe. Sus tres principales universidades crearon compañías con el objetivo de impulsar y gestionar su actividad de transferencia de conocimiento allá por los años sesenta: el Weizmann Institute creó Yeda en 1959, la Hebrew University creó Yissum en 1964 y la Tel-Aviv University creó Ramot en 1973. Todo ello mucho antes de que se aprobara en EE UU la Bayh–Dole Act (1980), regulación considerada el impulso más relevante a la innovación de las últimas décadas en Norteamérica. En Europa, el establecimiento formal de esta actividad llegaría un poco más tarde, en la década de los noventa.

La institución que acoge al científico debe apoyar la transferencia de los resultados

En una reciente visita a Israel organizada por Ascri y la oficina comercial de la Embajada de Israel en España tuvimos ocasión de conocer al profesor Mordechai Sheves, catedrático de Química Orgánica, científico de prestigio internacional y máximo responsable de transferencia de tecnología de Weizmann, así como presidente del comité de dirección de Yeda.

El Weizmann Institute of Science, ubicado cerca de Tel-Aviv, es uno de los centros de investigación multidisciplinar más importantes del mundo. Yeda Research and Development, su empresa comercializadora, ha patentado más de 160 tecnologías en los últimos dos años y lleva creadas más de 20 empresas spin-off basadas en su conocimiento.

Dos de sus patentes son consideradas blockbuster drugs: Copaxone® y Erbitux®, tratamientos contra la esclerosis múltiple y el cáncer, respectivamente, han logrado sobrepasar los mil millones de dólares de facturación.

El profesor Sheves compartió algunos ingredientes de su receta para el éxito: qué hay que tener para empezar a transferir tecnología y qué se puede esperar como resultado, de forma realista. Para empezar, como base del proceso, el científico debe dedicarse a la ciencia, a la ciencia básica, al conocimiento por el conocimiento, sin ser dirigido y sin tener en cuenta una eventual comercialización de sus resultados. En paralelo, la institución que acoge al científico debe asumir un apoyo decidido y pro activo a la transferencia de estos resultados de investigación.

Serán necesarios años de inversión para empezar a recibir algún retorno

Será necesario definir un marco de actuación: normas sobre la propiedad de los resultados, preferiblemente asignados a la institución, y sus derechos de explotación, compartidos con los científicos. Las reglas del juego deben ser claras y bien conocidas por la comunidad científica e implementadas por la estructura de gestión del centro, a través de personal con formación científica y experiencia empresarial.

Habrá que superar numerosos obstáculos. Quizás el principal sea el conocido valle de la muerte, que se inicia con la obtención de un resultado de investigación prometedor y finaliza con la llegada al mercado de un nuevo producto o servicio. Durante este periodo la mayoría de las invenciones desaparecen por falta de apoyo externo o porque no resultan viables desde el punto de vista comercial. Para superarlo con garantías es imprescindible la colaboración público-privada: financiación pública que apoye las pruebas de concepto y prototipos e iniciativas privadas, como pueden ser incubadoras o business angels, dispuestas a asumir riesgos.

Aun contando con estos ingredientes, la universidad o centro de investigación que decida impulsar la transferencia de conocimiento no puede esperar resultados inmediatos. Serán necesarios años de inversión en patentes, marketing y de tejer relaciones con el mundo empresarial para empezar a recibir algún retorno. Sin embargo, la tercera misión que se exige a la academia, la de poner a disposición de la sociedad los resultados de aquello que se investiga, se cumple casi desde el primer día.

Ana Sagardoy Muñoz es responsable de Transferencia de Conocimiento de la Universitat Pompeu Fabra.

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