La desaparición del primer oligarca
Boris Berezovsky construyó algo que ha perdurado. El sistema que inventó hace dos décadas en medio de la gran debacle soviética sigue funcionando bien. El hombre al mando puede haber cambiado, y haberse vuelto en contra de su maestro y mentor. Pero los que rigenla Rusiade hoy son los hijos de Berezovsky.
Él fue el primero en entender lo que se podía hacer con el caos que siguió a la caída de la URSSen 1991. El matemático disfrutó de un comienzo temprano en los últimos años de la perestroika de Mikhail Gorbachov, amasando una pequeña participación en un fabricante de automóviles quebrado. Tomó a alguien astuto y acabó de convencerse de que Rusia sería un país sin ley durante un tiempo. El absurdo sistema legal soviético se acabó y nadie sabía que poner en su lugar.
Se trasladó al petróleo y a los medios de comunicación, y su fortuna e influencia ayudaron a Boris Yeltsin en su dura reelección como presidente en 1996. Luego llegó su papel como arreglalotodo del régimen y la familia Yeltsin, siendo cerebro de muchas intrigas del Kremlin.
Fue el primer oligarca. Inventó y perfeccionó el nexo de los intereses entrelazados entre los nuevos multimillonarios del país y el poder, donde la dependencia mutua es la garantía de una supervivencia duradera. Los oligarcas podrían elegir un gobierno de su gusto, y los ministros podrían esperar convertirse en oligarcas. Berezovsky orquestó la ida y la vuelta.
Después, algo pasó que sigue sin entenderse: perdió su magia. En 1999, sacó a Vladimir Putin de la oscuridad burocrática para convertirle en primer ministro. No entendió al hombrecillo al que pensaba que protegía, y que se convirtió en presidente en pocos meses. Berezovsky se convirtió en una de las primeras víctimas de la fría y despiadada represión política de la era Putin. Considerando su papel como arquitecto del sistema corrupto moderno, uno no debería preguntarse si los rusos derramaron algunas lágrimas al conocerse se muerte.